En este Evangelio es relevante la subida de Jesús desde Galilea a Jerusalén para el plan del evangelista.
San Lucas nota la importancia del momento subrayando la firme decisión de Jesús (Lc 9, 51). Pues a partir de esa determinación del Señor adquirirá gran importancia el… “camino”.
San Juan Bautista prepara el camino al Señor (Lc 1, 76; 3, 4; 7, 27); Jesús guiará nuestros pasos por el camino de la paz (Lc 1, 79) y nos enseña el camino de Dios (Lc 21, 20) y de la vida.
A los dos discípulos en Emaús, en el camino de Emaús, les revelará el Señor su presencia resucitada y eucarística. Hasta tal punto se relaciona Jesús con el caminar que, en la segunda parte de los escritos de San Lucas, Hechos de los Apóstoles, se designará a la Iglesia como el “camino”.
El término “camino”, dicen los estudiosos, no es una descripción de su viaje a Jerusalén ni de su progresivo acercamiento a la Pasión. Es algo más. Mucho más importante. Es la parte central del Evangelio, por extensión, sí, pero sobre todo por contenido. En ese contenido aparecerá el tema del “discipulado”. Los que van en el “camino”, haciendo “camino”. En este largo camino, que los discípulos recorren siguiendo a su Maestro, se sitúan importantes enseñanzas de Jesús; por ejemplo, el diálogo acerca del mandamiento principal (Lc 10, 25-27), o la versión del Padrenuestro, según San Lucas, (Lc 11, 1-4). Pero además nos encontramos con contenidos de este evangelista que no aparecen ni en San Marcos ni en San Mateo: muchas parábolas que no recogieron los citados evangelistas. En ese “caminar”, todas las parábolas que surgirán de las enseñanzas de nuestro Divino Maestro son propias del antioqueno, excepto la última. Así: el buen samaritano (Lc 10, 30-37); el amigo pertinaz (Lc 11, 5-8); el rico necio (Lc 12, 16-21); la higuera estéril (Lc 13, 6-9); el puesto en el banquete (Lc 14, 7-11); la oveja perdida (Lc 15, 3-7); la dracma perdida (Lc 15, 8-10); el hijo pródigo (Lc 15, 11-32); el administrador infiel (Lc 16, 1-8); el rico y el pobre Lázaro (Lc 16- 19-31); el juez inicuo y la vida importuna (Lc 18, 1-8); el fariseo y el publicano (Lc 18, 9-14); las minas (Lc 19, 11-27).
Jesús, Maestro, ejerce como tal en ese “camino” hacia Jerusalén. Estas parábolas permiten ahondar en la enseñanza inicial a sus discípulos, más clara y accesible. El “camino” hacia la ciudad santa comienza, precisamente, con la dureza de juicio de Santiago y Juan hacia los samaritanos (Lc 9, 55). Aún no habían entendido. Jesús les reprenderá. A partir de ese instante, el Señor intensifica el reto de asimilar su misterio y a entrar en él (Lc 8, 10). Las parábolas deben ser un recurso para que los discípulos comprendan, entiendan, entren.
La ubicación de la mayoría de las parábolas no es casual. Igual que los discípulos que van desde Galilea hacia Jerusalén, hacen un camino exterior, han de hacer un “camino” interior, pues la parábola, sea la que sea, nos lleva a otro mundo, nos permite desligarnos de ideas preconcebidas, abandonamos vínculos, juzgamos libremente.
Esta “camino” interior sólo concluirá después de la Pascua, en el camino de Emaús, que recapitulará el largo camino desde Galilea a Jerusalén, mostrando su significado último.
En San Lucas, Jesús es el misericordioso peregrino que “camina” hacia la ciudad santa para cumplir allí la Voluntad del Padre y, así, capacitar a los suyos para que también ellos la puedan comprender.