El profeta hace referencia a sucesos ocurridos en Judá desde el 29 de agosto de 520 a.C. hasta el 18 de diciembre del mismo año, esto es, durante poco más de tres meses y medio, dentro del segundo año de reinado de Darío I, el Persa. En ese tiempo, Judá es una provincia del imperio persa, con administración delegada en un gobernador, Zorobabel, y un sumo sacerdote, Josué.
Las expediciones de regreso de judíos exiliados en Babilonia, comenzadas tras el decreto de libertad de Ciro (539), encontraron la tierra de Judá en ruinas y se enfrentaron a obstáculos sociales muy difíciles de resolver.
La población que había quedado tras la destrucción del 587 era ignorante e incapaz de emprender la reconstrucción del país. A esa situación se añadía que muchos campesinos habían ocupado las tierras abandonadas de los deportados y no se avenían a cederlas a sus antiguos propietarios. Todo estaba desolado.