“Frenar la desigualdad está en tus manos”
Queridos diocesanos:
La liturgia de la Iglesia reza así: “Padre nuestro que en los cielos estás, haz a los hombres iguales: que ninguno se avergüence de los demás; que todos al que gime den consuelo; que todos al que sufre del hambre la tortura le regalen en rica mesa de manteles blancos con blanco pan y generoso vino”[1]. La Campaña de Manos Unidas llama de nuevo a nuestra conciencia, recordándonos que el número de personas que pasan hambre y viven en la pobreza, va aumentando cada vez más. El cristianismo nace precisamente como amor al hombre. Ayudar a los demás nos permite descubrir quién soy, por qué existo y lo mucho que puedo hacer. Esto suscita en nosotros una pregunta preocupante: ¿Qué sociedad es esta nuestra en la que tan poco cuenta la dignidad de la persona y tantas cualidades buenas se están perdiendo? Cada uno de nosotros podría ser esa persona que tiene que resignarse a la herida de la desigualdad provocada. Cuando sanitariamente preocupa el ponernos la vacuna de turno, nos damos cuenta de que para la pobreza, la desigualdad y el hambre no la tenemos porque son otros intereses humanos los que la dificultan. La pobreza y el hambre no son fruto de la fatalidad ni son culpables los pobres y los que pasan hambre como a veces se argumenta.
Siempre podremos hacer algo
El lema de la campaña de este año ha de inquietarnos: “Frenar la desigualdad está en tus manos”. Es un reto que hemos de asumir. Es posible que nos justifiquemos pensando que poco podemos hacer y que la solución a este problema depende de otras instancias que ostentan el poder. En todo caso esto nunca será excusa para que dejemos de hacer lo que esté en nuestras manos. Esperar a solucionarlo todo para actuar, será una forma de justificar nuestra inactividad.
Los cristianos y toda persona de buena voluntad encontrarán una orientación ética y moral en la Doctrina Social de la Iglesia que recoge el mensaje del Evangelio. Para superar la sima de la desigualdad necesitamos tener como puente un trabajo digno con un salario adecuado que evite el bucle de la dependencia. “Ayudar a los pobres con dinero debe ser siempre una solución provisoria. El gran objetivo debería ser siempre permitirles una vida digna a través del trabajo”[2]. El trabajo por la justicia y la paz es una realidad que nos incumbe a todos, reconociéndonos como hijos de Dios y hermanos los unos de los otros. La desigualdad no se aviene con la fraternidad. El momento de responder es ahora. Como dijo el papa Francisco refiriéndose al juicio final: “la respuesta es sólo una: el cuándo es ahora. Está en nuestras manos, en nuestras obras de misericordia: no en las puntualizaciones y en los análisis refinados, no en las justificaciones individuales o sociales. En nuestras manos y nosotros somos responsables”.
La sociedad puede cambiar
Es posible una sociedad en la que la dignidad humana con todos sus derechos y obligaciones sea el faro orientador. Necesitamos un esfuerzo global para superar las desigualdades, mirando al futuro con esperanza. Recordemos que cualquier cosa que hagamos por los demás, la hacemos a Cristo y superemos la pulsión por el tener que genera toda codicia. Más de 811 millones de personas están pasando hambre. Esta realidad no nos puede ser indiferente, aislándonos en nuestra visión pesimista de la vida. No hagamos dependientes a los demás, tratemos de ayudarles a salir de esa situación inhumana. Servir es posibilitar la igualdad. “Todo ser humano tiene derecho a vivir con dignidad y a desarrollarse integralmente, y ese derecho básico no puede ser negado por ningún país… Cuando este principio elemental no queda a salvo, no hay futuro ni para la fraternidad ni para la sobrevivencia de la humanidad”[3]. Hemos de atrevernos como Tomás, el incrédulo, a meter nuestras manos en las llagas del mundo y en las propias. Es atreverse a encontrar a Cristo para transformar la realidad.
Manos a la obra
La fe cristiana no es el sueño en el que se refugia quien calcula la carga de la vida. Los creyentes en Cristo “sufren con los que sufren” (Cf. 1Cor 12,26), toman en serio el dolor del prójimo y tratan de remediarlo. Se nos llama a trabajar por la realización integral de la persona. “El amor a la sociedad y el compromiso por el bien común son una forma excelente de caridad”[4].
Pongamos manos a la obra y hagámoslo con esperanza cristiana que “es audaz, sabe mirar más allá de la comodidad personal… para abrirse a grandes ideales que hacen la vida más bella y digna. Caminemos en esperanza”[5]. La verdadera sabiduría supone el encuentro con la realidad[6]. La campaña de Manos Unidas nos pide contagiar la solidaridad para acabar con las desigualdades, favoreciendo el bien común. Así se nos recuerda que “los más favorecidos deben renunciar a algunos de sus derechos para poner con mayor liberalidad sus bienes al servicio de los demás”[7].
Os saluda con afecto y bendice en el Señor,
+ Julián Barrio Barrio,
Arzobispo de Santiago de Compostela.
[1] Himno de Laudes, martes tercera semana de la Liturgia de las Horas.
[2] FRANCISCO, Fratelli tutti, 162.
[3] FRANCISCO, Fratelli tutti, 107.
[4] FRANCISCO, Laudato si’, 231.
[5] Ibid., 55.
[6] Cf. Ibid., 47.
[7] FRANCISCO, Evangelii gaudium, 190.