ANTE EL FINAL DE LA MUY SAGRADA CUARESMA: LÁZARO

by AdminObra

Lázaro es el personaje más trágico de la trilogía que hemos visto estos días. Está en un sepulcro. Es un muerto. En Lázaro tenemos retratada la condición de la humanidad y la posibilidad de salvación que Cristo nos trae con su palabra y su persona.

El hombre está abocado a la muerte. La dimensión cósmica del pecado, no sólo personal ni comunitaria, se ceba en la humanidad. Toda la existencia es un cara a cara con la muerte.

La protesta de Marte por el retraso de Jesús que hubiera impedido la muerte de su hermano encarna nuestra protesta ante la muerte de un ser querido. El llanto de Jesús, que se conmueve en sus entrañas, suscitando admiración, parece reflejar no sólo la compasión por un amigo, sino el mismo gemido de la humanidad de Jesús, ante su muerte cercana, anunciada, vivida de antemano en las constantes amenazas que le lanzan sus enemigos. La certeza de la muerte marca la vida. Y la condición humana fundamental está condicionada por ese sumo enigma de la muerte. En el fondo del pecado, en la raíz misma de la existencia, no sólo hay un enigma ideológico sino una condición en la que está amasada nuestra propia carne y nuestra propia psicología.

La salvación de Cristo, para ser salvación cumplida, tiene que tocar el fondo. Tiene que ser como en el caso de Lázaro, e incluso más aún que en el caso de Lázaro; más bien como en el caso de Jesús que resucita glorioso y triunfador de la muerte; una salvación total, que abarque el misterio de la existencia y abrace la condición de la persona en su integridad.

Es, precisamente, la que Cristo apunta al hablar de la muerte de Lázaro como un sueño, y, sobre todo, de su poder absoluto sobre la muerte como Resurrección y Vida.