Una vez más nos volvemos a encontrar con un pasaje del Profeta Jeremías. Forma parte de un “Sermón sobre el Templo”.
Este parte del discurso INSISTE en la fidelidad entre Dios y el pueblo que se ha de mantener. Dios es fiel, ¿y el pueblo? El pueblo ha cometido un pecado gravísimo que es basar la fidelidad en el culto y en el rito. Esto es gravísimo pues el culto y el rito, inspirados por Dios, sirven para fortalecer la débil condición humana. Y el pueblo, según este sermón, participa del culto y del rito de una manera impostora, o frívola, o agorera. Han profanado el culto. Han cometido el horrible pecado del sacrilegio. Como cuando se comulga en pecado mortal después de burlarse del Sacramento de la Penitencia o después de haber acudido al mismo de manera fraudulenta. Horrible sacrilegio.
El pueblo ha sido avisado a través de los profetas. La reacción ha sido sorprendente pues han mostrado desdén, chulería, endurecimiento del rostro, desprecio, burla. No bajan la cabeza. Han sido peores que sus padres cuando murmuraron en el Desierto. Han caído en la obstinación. El diccionario la compara con la terquedad. No quieren escuchar. Esto es lo peor que se puede hacer, no querer escuchar. La mayor queja que se presenta hoy en día es que la gente no escucha ni quiere escuchar, y así no se puede usar la razón, y así no se va a parte alguna, únicamente al precipicio.
Parece, incluso, cómico el pasaje de esta primera lectura cuando recoge la parte del Señor: “Ya puedes repetirles este discurso, seguro que no te escucharán”. Esta actitud será la prueba definitiva a la hora del veredicto final. El escándalo está a la vista de todos, pues no han querido escuchar al Señor, su Dios. Quedan marcados para siempre.
Nuestro Señor en el Evangelio de este jueves también ha de padecer la miseria de las gentes que en vez de agradecer la expulsión de un demonio que poseía a un mudo empiezan a decir tonterías. Sorprendentemente dicen que es obra del Demonio esa acción misericordiosa. Lo que hace la mediocridad de vida…
Jesús empieza a argüir en favor de su acción. Les hace ver, o intenta, lo inconsistente de sus razonamientos. Usa cierta lógica, pero es inútil. Qué triste. No querer escuchar. No querer admitir la verdad, la realidad. ¡Cuánto cenutrio suelto en esta vida!¡Cuánto imbécil!¡Mediocres!
Las mismas tonterías hay que soportarlas tantas veces respecto a las acciones sacerdotales llenas de santidad que provocan la misma lamentable reacción en el personal.
Verán al Señor morir en la Cruz, y ese tesoro de amor quedará ocultado por la profanación que se hace del uso de las cruces, de los crucifijos tantas veces en las procesiones.