En este Cuaresma de oración que queremos vivir, la Primera Lectura nos ofrece un ejemplo de súplica orante de la reina Ester en favor del pueblo judío, al cual pertenece, ante el decreto de eliminación imperado por su esposo el rey Asuero a instancias de las conveniencias del dignatario real Amán, intercediendo por la vida de todos sus hermanos de raza.
Previamente, Ester había solicitado por medio de un funcionario real llamado Mardoqueo, también judío, y causante de la ira de Amán que encendió sus deseos de exterminar al pueblo hebreo, que todos los judíos ayunasen durante tres días y noches pidiendo a Dios por su entrevista con su esposo y rey, Asuero. Ella y sus doncellas también ayunarían y rezarían intensamente rogando a Dios que “atendiese la voz de los que pierden la esperanza” antes de presentarse ante el monarca. Hemos de recordar que ni la esposa del rey Asuero podía presentarse ante él sin haber sido convocada bajo pena de muerte.
Así, pues, estaban las cosas.
Siendo como sabemos una de las historias más emotivas de la literatura “histórica” de la Biblia con un fondo didáctico y justificativo, el pasaje de este día está lleno de patetismo por las circunstancias que lo componen. Es un ejemplo de oración a la “desesperada”. O, más bien, una muestra de cómo hay que “organizar” la oración ante una situación, eso sí, desesperada y desesperante. Ayuno, llanto, aflicción, humillación, confianza, comunión, súplica ardiente, valentía.
Cuánto nos enseña la reina Ester a llevar a cabo una oración “fuerte”, muy fuerte. Así tiene que ser nuestra oración: FUERTE, y bien precedida de sacrificios corporales. Una oración decidida, hecha por un alma decidida, que se empeña con todo su ser en exponer a Dios sus ansias. Las que todos tenemos. Orando con todas mis fuerzas, las que Dios mismo me inspira. No lo olvidemos, Dios inspira el contenido de la oración, y la actitud con la que orar. Así le pasó a Ester: rezó por su pueblo convirtió su impetración en un acto de valor. Orar es dar la vida.
Pero hay otro detalle, y muy bonito, asimismo. El apoyarse en la oración. Cuando tengamos que rezar, suplicar, interceder, busquemos apoyo en los demás. Pedir a los conocidos que recen por una intención particular, o general. Da mucho consuelo saberse acompañado y fortalecido en la oración sabiendo que será muy tentada por el Diablo que buscará desesperarnos
Jesucristo lo recalca cuando anima a PEDIR, BUSCAR y LLAMAR. Es más, asegura “audiencia” por parte del Cielo garantizando la concesión, el hallazgo, la atención. Pero, antes, hay que apretar las manos, hincar las rodillas o, incluso, postrarse en el suelo, y rezar.
Algo más, Jesucristo añade el tener un corazón purificado antes de dar la vida en la oración por la Salvación del mundo, ya no sólo por un pueblo amenazado por un dignatario, sino por un mundo amenazado por el Demonio y sus servidores.