Dios es el autor de la Sagrada Escritura.
Toda la Sagrada Escritura, cada uno de sus Libros, tiene a Dios como autor habiendo un verdadero influjo de Dios en el hagiógrafo, o autor sagrado.
La acción divina se puede describir diciendo que se trata de una de esas acciones de Dios que la teología llama “ad extra”, es decir, algo cuyo resultado final está “fuera” del ser de Dios.
La “inspiración” es común a las Tres Divinas Personas, pero se atribuye de modo particular al Espíritu Santo, Persona Divina, la Tercera, a la que se apropia todo lo que hace referencia a la santificación de los hombres; y la Biblia, como enseña el Concilio Vaticano II, contiene la Revelación de Dios para nuestra salvación.
Por otro lado, el influjo inspirativo es una de esas acciones divinas que la teología designa “sobrenaturales”, pues su efecto se encuentra más allá de las fuerzas y exigencias de la naturaleza, o, dicho de otro modo, se trata de una acción que está fuera de las posibilidades de la razón o de la voluntad humana porque es propiamente divina.
Esta inspiración es una gracia, pero distinta de las gracias que Dios concede para nuestra santificación. Ésa sería una “gracia carismática” comparable a las profecías, al don para hacer milagros.
Finalmente, la composición de los textos sagrados, igual que los milagros, es una acción divina que supera las posibilidades de las fuerzas creadas, aunque el autor humano, gracias al carisma de la inspiración, es decir, en cuanto “autor inspirado”, se deba considerar y será realmente verdadero autor de la obra realizada. De un modo parecido a como Cristo, Dios y hombre verdadero, realizaba milagros por medio de la naturaleza humana, Dios, en y por medio de los hagiógrafos, ha realizado una obra completamente desproporcionada a las fuerzas y capacidades de uno o muchos hombres.