El año 1992 se recuerda en España por los Juegos Olímpicos de Barcelona y la Exposición Universal de Sevilla, pero para la historia de la Iglesia su gran acontecimiento fue el nacimiento del Catecismo de la Iglesia Católica, promulgado por San Juan Pablo II. El Papa lo anunció varias veces, pero lo presentó solemnemente el 7 de diciembre de 1992.
Con 2.865 puntos y 760 páginas en su versión de bolsillo, no era un libro para memorizar, pero lo cierto es que llegó en una época en que ya casi nadie estudiaba memorizando. Resultó ser un buen libro más bien para analizar, para consultar, para aclarar y muchas veces para convencer.
De alguna manera, nació con Internet y ha dado fruto con Internet y la «búsqueda por palabra clave» en infinitos debates online. En 1991 se anunció la World Wide Web, en 1992 había 1 millón de ordenadores conectados, en 1996 había 10 millones, en 1998 nacía Google… Y ahí se colocó el Catecismo.
En la era de Internet, cuando alguien quería saber qué enseña la Iglesia Católica sobre un tema tenía 3 opciones:
1) Preguntar a cualquiera, curas, laicos, ex-católicos, espabilados… y recoger mil respuestas distintas;
2) Gastarse mucho dinero en comprarse los gordos compendios teológicos del Denzinger y tratar de entender el grado doctrinal de cada afirmación y el contexto en que se pronunciaron y lo que significaban las palabras;
3) Hacer como en cualquier otro tema, buscar por palabra clave en un buscador, llegar al Catecismo online («aborto», «homosexualidad», «infierno», «empresa»), y leer por uno mismo la enseñanza católica.
Una especie de experimento exitoso se dio a inicios de este siglo XXI. Muchos anglicanos descontentos con la deriva del anglicanismo y también del protestantismo se plantearon entrar en grupos en la Iglesia Católica. Muchos se consideraban «católicos» en casi todo, excepto en la sujeción al Romano Pontífice. Pero ¿creían de verdad la doctrina católica? Antes que eso, otra pregunta: ¿cuál es en realidad la doctrina católica?
Cuando estos anglicanos llamaron a la puerta de Roma, se les pidió algo muy concreto: estudiar el Catecismo de 1992 y aceptar sus enseñanzas. Así lo hicieron, y el Papa Benedicto XVI, en 2009, con la constitución Anglicanorum Coetibus, creó los ordinarios anglocatólicos. Hoy hay tres, en Gran Bretaña, Australia y Norteamérica, que suman unos 9.000 fieles y 190 sacerdotes. Casi todos llegaron a la Iglesia a través de la enseñanza de ese Catecismo.
También es el Catecismo que estudian, aunque sea parcialmente, los adultos que vienen del protestantismo o de otras religiones o de la mera increencia. Cuando alguien tiene una objeción («esto no sé si lo puedo aceptar», «me resulta difícil asentir a tal doctrina»), a menudo relee las palabras exactas del Catecismo y encuentra que sus objeciones no eran a la doctrina en sí, sino a muchas otras cosas que no están en el texto.
El Catecismo ha sido útil para protestantes muy cultos y versados en Biblia y teología que se hacían preguntas sobre la doctrina católica, y la consultaba directamente ahí. Pero también para la persona no especialmente interesada en teología, a veces de origen muy sencillo, que se va a hacer católica, quizá por tener un cónyuge católico, y se hace preguntas.
En España, una gran difusor del Catecismo fue José Ignacio Munilla, tanto antes como después de ser nombrado obispo. Lo hice a través de Radio María, y luego con enseñanzas a través de vídeos, primero con el Catecismo completo, luego con la versión más breve que fue el Compendio del Catecismo, que presentó en 2005 el aún cardenal Ratzinger, pocos meses antes de ser elegido Pontífice.
Muchos católicos han tenido la experiencia de escuchar a Munilla en la radio desgranar y detallar sus puntos y así aprender mientras conducían el coche o planchaban o realizaban labores sencillas o mecánicas.
Hay que detallar que Ratzinger se esforzó durante dos años trabajando en esa versión abreviada. Intentaba recuperar el estilo dialogado de los antiguos catecismos memorísticos. El mismo Ratzinger hablaba en el prólogo de «su forma dialogal, que recupera un antiguo género catequético basado en preguntas y respuestas. Se trata de volver a proponer un diálogo ideal entre el maestro y el discípulo, mediante una apremiante secuencia de preguntas, que implican al lector, invitándole a proseguir en el descubrimiento de aspectos siempre nuevos de la verdad de su fe. Este género ayuda también a abreviar notablemente el texto, reduciéndolo a lo esencial, y favoreciendo de este modo la asimilación y eventual memorización de los contenidos».
Pasados 17 años de la versión del Compendio, al menos en Occidente parece que no son muchos, ni entre los practicantes devotos, los que llegan a esa «eventual memorización de los contenidos». En cambio, en debates doctrinales en Internet, en foros, en las cajas de comentarios de blog, en infinidad de discusiones, el católico enseguida recurre al copiar-pegar del Catecismo online para refutar bulos: «Lo que tú dices, no es lo que enseña la Iglesia; lo que enseña la Iglesia está en el Catecismo en el punto número tal y te lo copio aquí».
«¡Estudiad el Catecismo con pasión y perseverancia! ¡Sacrificad vuestro tiempo para ello! Estudiadlo en el silencio de vuestra recámara, leedlo en grupos de dos; si sois amigos, formad grupos y redes de estudio, intercambiad ideas en internet […] Debéis conocer vuestra fe con la misma precisión que un especialista de informática conoce el sistema operativo de una computadora; debéis conocerlo como un músico conoce la pieza a interpretar», escribió Benedicto, esperando que esta tercera versión de Catecismo llegara a los jóvenes.
Pasada una década -y a falta de sondeos y estudios, porque la Iglesia nunca hace sondeos y estudios, aunque no es pecado- parece que hay grupos parroquiales o movimientos de adultos jóvenes o postconfirmación (donde aún exista la postconfirmación) que usan el YouCat con aprovechamiento en sus reuniones, pero el «estudio en el silencio, sacrificando vuestro tiempo» no es algo que se haya generalizado entre los jóvenes practicantes.
Y cuando, con más edad, llegan dudas en profundidad, para la gente con más inquietudes, parece más frecuente que acudan al Catecismo de 1992, muy accesible en Internet.
Cuando San Juan Pablo II presentó el Catecismo solemnemente el 7 de diciembre de 1992, dijo que buscaba «poner de relieve lo que en el anuncio cristiano es fundamental y esencial», expresar «en un lenguaje más acorde con las necesidades del mundo actual, la perenne verdad católica».
Pero al cristiano de a pie le puede costar digerir que lo «fundamental y esencial» incluye 2.865 temas. Y al no cristiano. Imaginemos que un amigo chino que no sabe nada de la fe nos pide que le expliquemos «lo esencial de vuestra religión» mientras tomamos un café. No podemos decirle «lo esencial son 2.865 temas recogidos en un libro». Nuestro amigo en el café está dispuesto a escuchar los Diez Mandamientos, o las Bienaventuranzas, o el Padrenuestro, o el Credo, o la Parábola del Hijo Pródigo, o el kerigma. Pero no la diferencia entre justicia conmutativa, legal y distributiva del párrafo 2411.
El Catecismo fue fruto de seis años de trabajos en los que participaron doce cardenales y obispos y un Comité de Redacción de siete obispos diocesanos expertos en teología y catequesis, dirigidos por Ratzinger (entre ellos estaba el español cardenal Estepa, fallecido en 2019). Juan Pablo II encargó los trabajos después de recibir en 1985 a un grupo de padres sinodales (algunos veteranos del Concilio Vaticano II), que al cumplirse 20 años del Concilio le pedían un «punto de referencia» para el anuncio profético y catequético.
Cumplidos 30 años, parece más bien que el Catecismo aguanta con salud más que robusta.