Hoy, 16 de noviembre, la Iglesia celebra a:

by AdminObra
  1. Santos AGUSTÍN y FELICIDAD, mártires, en Capua, Italia. Padecieron en tiempo del Emperador Decio. (250).
  2. Santos LEOCADIO y LUSORIO, en Bourges, en las Galias. El primero , siendo senador de las Galias y aún pagano, recibió a los primeros misioneros y convirtió en iglesia su propia casa; del segundo, hijo suyo, falleció llevando las vestiduras blancas de recién bautizado. (s. IV).
  3. San EUQUERIO, obispo y asceta, en Lyon, en las Galias. Senador, que se retiró con su familia a llevar una vida de penitencia cerca de Lérins, y después, elegido obispo, escribió vidas de muchos mártires. (449).
  4. Santa MARGARITA de ESCOCIA, reina. Nacida en Hungría y casada con Malcolm III, rey de Escocia. Dio a luz ocho hijos, y fue sumamente solícita por el bien del reino y de la Iglesia; a la oración y ayunos añadía la generosidad para con los pobres, dando así un óptimo ejemplo de esposa, madre y reina. (1093).
  5. San EDMUNDO RICH, obispo. En la Villa de Soisy, en Francia. Fue desterrado siendo obispo de Cantorbery por defender los derechos de la Iglesia. Falleció llevando una vida santa entre los monjes cistercienses de Pontigny. (1240).
  6. Santa INÉS, virgen, que en la flor de su vida, siguiendo a su hermana Santa Clara, se abrazó de todo corazón a la pobreza bajo la dirección de San Francisco de Asís. (1253).
  1. Beato EDUARDO OBALDESTON, presbítero y mártir, ahorcado en tiempos de la Reina Isabel I en York. (1594).

Hoy recordamos especialmente a SANTA GERTRUDIS, LA GRANDE

Nació en Eisleben (Alemania) en el año 1256.

A los 5 años fue llevada al convento de unas monjitas muy fervorosas y allí demostró tener cualidades excepcionales para el estudio. Sobresalía entre todas por la facilidad con la que aprendía la literatura y las ciencias naturales, y por su modo tan elegante de emplear el idioma. Y tenía la fortuna de que la superiora del convento era su tía Santa Matilde, otra gran mística, que frecuentemente recibía mensajes de Dios.

Hasta los 25 años Gertrudis fue una monjita como las demás, dedicada a la oración, a los trabajos manuales y a la meditación. Solamente que sentía una inclinación sumamente grande por los estudios, aunque era a los estudios mundanos de literatura, historia, idiomas y ciencias naturales. Pero en esa edad recibió la primera de las revelaciones que la hicieron famosa, y desde aquel día su vida se transformó por completo.

Así lo narra ella misma: «Estaba yo en un rincón de la capilla donde acostumbraba hacer mis tibias oraciones, cuando se me apareció Nuestro Señor y me dijo: – Hasta ahora te has dedicado a comer polvo como los que no tienen fe. De allí has tratado de extraer miel y sólo has encontrado espinas. Desde ahora dedícate a meditar en mis mensajes y ahí sí encontrarás el verdadero maná que te alimentará y te dará la fortaleza y la paz».

Desde esa fecha, Gertrudis que antes se había dedicado a lecturas mundanas, cambió por completo su preferencia en cuanto a lo que leía y dedicó todos sus tiempos libres a leer la S. Biblia, y los escritos de los santos padres, especialmente San Agustín y San Bernardo. Ella dice: «cambié el estudio de ciencias naturales y literatura, por el de la teología y la Sagrada Escritura». Y en sus escritos se notará en adelante que su ciencia la ha ido a beber (después de las revelaciones que Dios le hizo) en los libros sagrados de la Biblia y de los santos.

En sus 47 años de vida, Gertrudis no se diferenció externamente de las demás monjitas de su convento. Copiaba pasajes de la Biblia (en ese tiempo todavía no existía la imprenta y todo había que escribirlo a mano), componía explicaciones de la Sagrada Escritura para darlas a las otras religiosas, y sufría en silencio sus enfermedades que no eran pocas. Pero internamente su vida era muy distinta, porque dialogaba con Dios a cada rato.

Jesucristo le dijo un día: «Gertrudis, tú serás mi heraldo”. Y ella escribió en cinco libros los mensajes que recibió en sus revelaciones, y a su obra le puso por nombre: «Heraldo de la amorosa bondad de Dios». A esta obra que se ha hecho famosa entre todas las personas que se dedican a la mística, se le ha llamado también: «Revelaciones de Santa Gertrudis». Allí se contienen visiones, comunicaciones, y experiencias místicas, y estas experiencias se han repetido después en muchas otras almas santas como por ejemplo San Juan de la cruz, Santa Teresa, Santa Magdalena de Pazzi, Santa Gema y muchísimos santos más.

Dice la santa que un día vio que de la herida del costado de Cristo salía un rayo de luz y llegaba al corazón de ella. Desde entonces sintió un amor tan grande hacia Jesucristo, como nunca antes lo había experimentado.

Su amistad con Santa Matilde. Esta otra gran santa era 15 años mayor que Santa Gertrudis y le contaba las revelaciones que ella había recibido también. Las dos (adelantándose varios siglos a lo que después se aceptaría) recomendaban mucho la comunión frecuente, la devoción al Sagrado Corazón y el encomendarse a San José.

Un día Santa Matilde supo que su sobrina Gertrudis venía copiando todas las experiencias místicas y las revelaciones que ella le había contado, y se alarmó. Pero el Señor le comunicó que Él mismo le había inspirado a Gertrudis el deseo de escribir tales experiencias y revelaciones, y entonces la misma Matilde se encargó de corregir aquel escrito, el cual fue publicado con el título de «Revelaciones de Santa Matilde».

Santa Matilde le preguntó a Jesús: «Señor, fuera de la Santa Hostia, ¿dónde te puedo encontrar?» – Y Jesús le respondió: «Búscame en el corazón de Gertrudis».

Dice Gertrudis que un día Jesús acercó totalmente el corazón de Matilde a su Sagrado Corazón, y que desde esa fecha aquella santa quedó totalmente enamorada de Cristo.

Los especialistas afirman que los libros de Santa Gertrudis son, junto con las obras de Santa Teresa y Santa Catalina, las obras más útiles que una mujer haya dado a la Iglesia para alimentar la piedad de las personas que desean dedicarse a la vida contemplativa». Cuando le fue anunciado que se acercaba su muerte exclamó: «Esta es la más dulce de las alegrías, la que más había deseado, porque voy a encontrarme con Cristo». Y dictó sus últimos pensamientos acerca de la muerte, que son de lo más sublime que se haya escrito.

Murió el 17 de noviembre del año 1302.