- Hoy se cumplen 40 años del discurso europeísta de san Juan Pablo Segundo
- Artículo de mons. Barrio publicado en El Correo Gallego: “La Europa del mañana“
Al recordar el memorable discurso que con sentido profético pronunciaba san Juan Pablo II en la Catedral compostelana hace cuarenta años el día 9 de noviembre, en el momento actual subrayo la necesidad de la unidad europea. Esta ha de fundamentarse, a mi parecer, sobre un sistema de convivencia personal y colectiva donde la existencia se comprenda como don y tarea para el hombre, donde el prójimo sea aquel de quien cada uno se hace responsable y donde la vida de cada uno se ponga al servicio de los demás, forjando la cultura del bien común para no recorrer caminos de su atormentada historia.
Esta unidad será duradera y benéfica si está asentada sobre los valores humanos y cristianos que integran el alma de Europa, como son la dignidad de la persona humana, el profundo sentimiento de justicia y libertad, la laboriosidad, el espíritu de iniciativa, el amor a la familia, la aceptación del otro como alguien diferente y el compromiso por la paz, buscando siempre un diálogo entre fe y razón que supere la dinámica del fundamentalismo y proselitismo.
Sólo la fuerza espiritual de la verdad puede ayudarnos a recuperar la confianza cuya carencia nos lleva a la trivialidad. En el proceso que estamos viviendo, Europa está llamada, ante todo, a reencontrar su verdadera identidad: unidad en la diversidad, comunidad de naciones reconciliada y abierta a los otros continentes. Decir “Europa” quiere decir “apertura”. Por eso debe ser un Continente acogedor, que siga realizando en la actual globalización no sólo formas de cooperación económica, sino también social y cultural. En este sentido es necesaria una renovación ética y espiritual que se inspire en sus raíces cristianas.
“En el proceso de integración del Continente es de importancia capital tener en cuenta, afirmaba san Juan Pablo II en su exhortación postsinodal sobre la Iglesia en Europa, que la unión no tendrá solidez si queda reducida sólo a la dimensión geográfica y económica, pues ha de consistir ante todo en una concordia sobre los valores, que se exprese en el derecho y en la vida”. Considero que Europa no ha malgastado su herencia espiritual, pero tal vez la tiene olvidada. Y una herencia no se hace propia hasta que no se conquista, opinaba Goethe.
En opinión de algunos pensadores Europa es “una herencia” (Nikolaus Lobkowich), “una memoria” (Julián Marías), “una conciencia” (Radim Palous) y “un proyecto” (Jacek Wozmiatowski). Más que un continente, es un contenido como decía Ortega y Gaset, siendo el cristianismo su elemento identificador. La peregrinación a la tumba del apóstol Santiago el Mayor y el Camino de Santiago han recogido con hondura el sentir religioso popular de la Europa cristiana.
La Iglesia compostelana, como dijo san Juan Pablo II, “quiere seguir siendo compañera de viaje para la humanidad; también para nuestra propia humanidad, a veces dolorida y abandonada a causa de tantas infidelidades, y siempre menesterosa de ser guiada hacia la salvación en medio de la densa niebla que se cierne ante ella, cuando se vuelve lánguida la conciencia de la común vocación cristiana, incluso entre los mismos fieles”. La esperanza de hoy reflejará el futuro del mañana en “la nueva Europa del espíritu”.
Mons. Julián Barrio
Arzobispo de Santiago de Compostela