Hoy, 12 de noviembre, la Iglesia celebra a:

by AdminObra
  1. San NILO, abad, considerado discípulo del gran San Juan Crisóstomo. Estuvo al frente de su monasterio grande tiempo, y difundió la doctrina ascética que practicó. (430).
  2. San MACARIO, obispo, nació en Irlanda. Discípulo de San Columba. Fundó la Diócesis de Mull, en Escocia. (s. VI).
  3. San MILLÁN, presbítero. En los montes de la región de la Cogolla, en Logroño. Llevó una vida eremítica, como sacerdote, y después la llevó monástica. Muy generoso con los pobres; destacó por su don de profecía. (574).
  4. San CUNIBERTO, obispo, en Colonia. Renovó la vida de la Iglesia y la piedad de los fieles después de las invasiones bárbaras. (663).
  5. San LABUINO, presbítero y monje, en Frisia, Holanda. Procediendo de Inglaterra fue misionero en esas tierras. (650).
  6. Santos BENITO, JUAN, MATEO e ISAAC, mártires, en Polonia. Enviados como misioneros a ese país fueron degollados junto al río Warta por unos ladrones. Su criado CRISTIANO fue ahorcado en la capilla. (1005).
  7. San JOSAFAT KUNCEWICZ, obispo y mártir. Rutenia. Con ardor, impulsó a su pueblo hacia la unidad católica, cultivó con piadosa dedicación el rito bizantino-eslavo en Bielorrusia, que entonces estaba bajo la jurisdicción de Polonia, y, cruelmente perseguido por una chusma enemiga, murió por la unidad de la Iglesia y la defensa de la verdad católica. (1623).
  8. San MARGARITO FLORES, presbítero y mártir, en México, encarcelado y fusilado durante la persecución religiosa en ese país. (1927).
  9. Beato JOSÉ MEDES FERRIS, mártir, en Valencia, España, asesinado por los marxistas. (1936).

 

Hoy destacamos especialmente a SAN DIEGO de ALCALÁ

Nació en España en el año 1400, de familia muy pobre. De joven fue a un campo solitario a acompañar a un familiar que hacía allí vida de monje ermitaño. Y de él aprendió el arte de la oración y de la meditación y un gran cariño por Jesús Crucificado.

Se dedicó a las labores manuales y a recoger leña, y con lo que ganaba ayudaba a muchos pobres. Y como el que más da, más recibe, la gente empezó a llevarle abundantes limosnas para que repartiera entre los necesitados.

Pero sucedió que leyó la vida de San Francisco de Asís y se entusiasmó grandemente por el modo de vivir de este santo, y además estaba preocupado porque su demasiada popularidad en su tierra le quitaba la oportunidad de poder vivir en soledad y recogimiento. Y así fue que pidió ser recibido como religioso franciscano y fue admitido.

Diego había hecho muy pocos estudios, pero era muy iluminado por luces celestiales, y así sucedía que cuando le preguntaban acerca de los temas espirituales más difíciles, daba unas respuestas que dejaban admirados a todos.

Fue enviado a misionar a las Islas Canarias y allá logró la conversión de muchos paganos y no permitió que los colonos esclavizaran a los nativos. Y haciendo una excepción a la regla, los superiores lo nombraron superior de la comunidad, siendo un simple lego. Y lo hizo muy bien.

En 1449 hizo un viaje desde España hasta Roma a pie. Iba a asistir a la canonización de San Bernardino de Siena. Acompañaba al Padre superior, el P. Alonso de Castro. Este se enfermó y Diego lo atendió con tan gran esmero y delicadeza, que los superiores lo encargaron por tres meses de la dirección del hospital de la comunidad de Roma, y allí hizo numerosas curaciones milagrosas a enfermos incurables.

A San Diego lo pintan llevando algo escondido en el manto. Es un mercado para los pobres. Y es que en los últimos años estuvo de portero en varios conventos y regalaba a los pobres todo lo que encontraba. Y dicen que en un día en que llevaba un mercado a un mendigo se encontró con un superior que era muy bravo y este le preguntó qué llevaba allí. El santito muy asustado le respondió que llevaba unas rosas, y al abrir el manto sólo aparecieron rosas y más rosas.

Los últimos años de su vida pasaba días enteros dedicados a la oración. Al ver un crucifijo quedaba en éxtasis. Su amor por la Virgen Santísima era inmenso. Untaba a los enfermos con un poco de aceite de la lámpara del altar de la Virgen y los enfermos se curaban. Un muchacho cayó en un horno ardiente, y el santo lo bendijo y el joven salió sano y sin quemaduras.

El 12 de noviembre del año 1463, sintiéndose morir pidió un crucifijo y recitando aquel himno del Viernes Santo que dice: «¡Dulce leño, dulces clavos que soportásteis tan dulce peso!» expiró santamente.