Si en todo el mundo no hubiera más que un pedazo de pan para saciar el hambre de todas las criaturas, y si ellas se vieran satisfechas sólo por verlo, entonces el hombre, si fuera saludable con instinto para comer, si ni comiera ni enfermara, ni muriera, su hambre crecería incesantemente porque su instinto de comer no disminuiría.
Sabiendo que sólo había ese pedazo de pan para satisfacerlo, y que aún estaría hambriento, él caerá en un insoportable dolor.
Tanto más si se acercara al pan y no pudiera verlo, su anhelo se reforzaría, su instinto se fijaría en ese deseo completamente. Si él estuviera seguro de no volver a verlo, estaría en el infierno.
Así pasa con las almas de los condenados que no tienen esperanza de ver su pan, que es Dios, que les ha sido quitado. Pero las almas en el Purgatorio tienen la esperanza de ver ese pan y se sienten satisfechas con ello. Por eso, sufren hambre, y soportan la pena que hará posible satisfacerlas con el pan que es Jesucristo.