Llama mucho la atención que Jesús no haya hecho ningún milagro en su propio pueblo de Nazaret. ¿Qué tan seguido se negaba Jesús a hacer algo?
Una de las pocas veces que se nos narra que Jesús no realizó signos milagrosos es esta de la visita a Nazaret. En el Evangelio de san Lucas, que leímos hoy, y también san Mateo, atribuye esta falta de signos a que ningún profeta es bien recibido en su tierra y por los de su propia casa.
El mismo Señor pone los ejemplos de Naamán, el sirio que fue sanado de la lepra en tiempos del profeta Eliseo, y el de la viuda de Sarepta ciudad de Tiro cuando la gran sequía. En este caso perece ser una intención clara del Señor no querer convencer a sus paisanos a base de milagros.
San Marcos, por su parte, menciona que no querían creer en Él y que el Señor se extrañaba de su falta de fe (Mc 6,6). En todos los relatos sí se afirma la extrañeza de los habitantes de Nazaret sobre la elocuencia y se preguntaban “¿de dónde le habrá venido?”.
Fuera de este episodio, Jesús se negó a hacer bajar fuego del cielo, o alguna cosa parecida, cuando unas personas se lo exigieron (cfr. Mt 12,38-39). También se negó a volver a multiplicar los panes cuando le pedían que les diera pan del cielo como el maná (Jn 6,31-33). Se negó a responder con qué autoridad había corrido a los mercaderes del templo porque no quisieron responderle si el Bautismo de Juan venía de Dios o solo de los hombres (Mt 21,25-26).
En otro orden de cosas, también se negó a convertirse en árbitro en la repartición de herencias (Lc 12,13). Como podemos observar, el Señor Jesús se condujo con libertad frente a toda clase de solicitudes que le hacían o bien de necesidades de personas que estaban cerca de Él.