“DIGNÍSIMO DE TODA ALABANZA”
La alabanza es la expresión de la estima y de la admiración por los méritos de alguno.
Si es justo alabar al genio, a la virtud, al poder, a la bondad que resplandecen en las criaturas, tenemos más razón y obligatoriedad de elevar a Dios nuestra alabanza, en el cual resplandecen en grado infinito todas las perfecciones, y muchas más, que se reflejan en las criaturas.
Es cierto que nuestra alabanza es limitada e imperfecta y que debemos de reconocer que Dios es superior a toda alabanza humana. Sin embargo, también la alabanza creada es agradable a dios, desde el momento que El nos creó para su gloria y su alabanza.
Si es digno y justo alabar la suprema majestad divina, también lo es que el Corazón amabilísimo de Jesucristo ha de ser objeto de alabanza y de culto. En El, en efecto, se encierran todos los tesoros de la divinidad y, al mismo tiempo, los atractivos más dulces y amables de la humanidad. De El brotan, como desde su fuente inagotable, todas las gracias de la Redención. En El laten el amor divino y el amor humano de Jesús, que son el motivo de nuestra Redención. A este corazón no recurren en vano ni el pecador, ni el afligido, ni todo mísero mortal.
Sólo en la eternidad podremos exaltar suficientemente las magnificencias de nuestro Redentor, asociándonos al coro de los ángeles y de los santos. Pero, ya desde ahora, podemos y debemos entonar un canto de alabanza continua en su honor, como reconocimiento de su gran bondad para con nosotros y para reparar y suplir a tantos ingratos.