TREINTA Y UN DÍAS DE MAYO – 25 “NUESTRA SEÑORA DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO”

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San Juan Pablo II decía que la María guiaba a los fieles a la Eucaristía. La devoción a la Virgen, si es auténtica, conduce al culto eucarístico. Así se pone de manifiesto en los grandes santuarios marianos.

El Señor, en la Eucaristía, nos entrega su Cuerpo y su Sangre. Se trata del mismo Cuerpo, aunque ya glorioso, que El tomó de María, su Madre. El Cuerpo de Cristo, nacido de María, no es un cuerpo aparente, sino real. La presencia del Señor en el Sacramento es también una presencia real y no meramente simbólica: el pan y el vino que se ponen en el altar después de la Consagración son el verdadero Cuerpo de Cristo que nació de la Virgen y la verdadera Sangre de Cristo, que se derramó de su Costado.

San Juan Pablo II llamaba a la Virgen “mujer eucarística”. Mucho antes, en el siglo XIX, San Pedro Julián Eymard, “apóstol de la Eucaristía y de la Virgen”, propagó la devoción a Nuestra Señora del Santísimo Sacramento.

En el “Magníficat”, María expresa su alabanza y su acción de gracias al Padre por todas las maravillas que ha hecho en la historia de la salvación. “Eucaristía” significa, ante todo, acción de gracias y vivir eucarísticamente comporta convertir toda nuestra existencia en un sacrificio de alabanza y de acción de gracias, unido a la ofrenda de Cristo en la Cruz, para la salvación del mundo.