“Vieron al Niño, con María, su Madre”
Dios manifestó a su Hijo, el Verbo Encarnado, por medio de María: “Brilló la grandeza de Dios, y su poder se manifestó por medio de una Virgen, porque así quiso el Excelso nacer humilde, para mostrar su majestad en la misma humildad”, canta un himno.
La Adoración de los Magos constituye la primera escena del tríptico de la Epifanía (manifestación de Jesús como Mesías de Israel, Hijo de Dios y Salvador del mundo); un cuadro que se completa con las escenas del Bautismo en el Jordán y de las bodas de Caná. Los Magos, como los pastores, acuden a Belén, buscan la salvación, y no se escandalizan de los caminos que Dios ha querido escoger para venir a nosotros, a fin de que nosotros vayamos a El. La Gloria de Israel y la Luz de las naciones sale a su encuentro en la figura de un Niño de una Madre. Lo divino se revela en lo humano: la paternidad de Dios, en la maternidad de María.
Para poder descubrir a Dios necesitamos que su luz nos envuelva y nos conduzca. Iluminados por su estrela, podremos contemplar a Jesús, el Hijo de la Virgen, y así reconocerlo y adorarlo. La fe amplía el horizonte de nuestra mirada para que halle en las realidades más nobles del mundo la presencia salvadora de Dios. En cada niño que nace; en cada madre que alumbra una nueva vida, percibimos un destello de esa luz que resplandeció en la humilde casa de Belén.
María se convierte en estrella que nos ayuda a entrar en la “casa” que es la Iglesia para proclamar a Jesús como Rey y confesarlo como Redentor. Por su mediación materna, también hoy el Padre atrae a la fe del Evangelio a todas las familias de los pueblos.