Los Apóstoles eran hombres sencillos y sanos, acostumbrados a trabajar al aire libre y en el mar. Su trabajo y su forma de vida los tenía que haber hecho realistas. Así, pues, no puede pensarse que se dejaran llevar de alucinaciones. Formaban un grupo compuesto por miembros muy diferentes entre sí, reunidos ocasionalmente, los cuales se mantenían libres de las influencias psicológicas colectivas.
Los relatos de las apariciones no ofrecen el menor indicio de que se trate de visiones subjetivas. De todas las narraciones se deduce que los Apóstoles no quedaron inmediatamente subyugados por la presencia del resucitado. Piensan primero en otra cosa y sólo se convencen paulatinamente tras la solución de sus dudas por medio de la visión corporal del Señor.
María Magdalena está al principio indecisa y perpleja, y piensa tener ante sí a un hortelano. También estaban velados los ojos de los discípulos de Emaús, que no le reconocieron.
Cuando Jesús se apareció a los Apóstoles el domingo por la noche, pensaron al principio que estaban viendo un espíritu o un fantasma, y sólo se convencieron de que se hallaban ante Jesús “corporalmente” resucitado, cuando tocaron sus manos y le vieron comer. En la aparición del mar de Tiberíades, los discípulos sólo reconocieron al Señor, cuando la pesca milagrosa les abrió los ojos.
Así, pues, los Apóstoles sólo aceptaron el hecho de la Resurrección y se rindieron a su realidad de una manera lenta y gradual.
Precisamente, esta reserva crítica de los Apóstoles excluye la posibilidad de un origen puramente psicológico de su fe en la Resurrección de Jesús.
En las alucinaciones, el hombre se ve primeramente dominado y arrastrado por la fuerza de su propia conmoción interior y sólo más tarde se imponen progresivamente la reflexión crítica y la reserva de la duda. En cambio, los relatos de la Resurrección del Señor muestran un orden inverso: los Apóstoles desconfían al principio de las apariciones, temiendo ver un fantasma creado por su imaginación.
Sólo se convencen de que se hallan ante Jesús corporalmente resucitado, cuando compruebas serenamente el hecho.