(Jueves Eucarísticos y Sacerdotales).
La vocación, tan particular de Nuestro Señor, es un gran misterio. En las páginas del Evangelio que se refieren a la vocación de los Apóstoles se dice claramente: “Llamó a Sí a los que quiso” (Mc 3, 13) y escogió a los Doce. De igual modo, Nuestro Señor llama hoy a los futuros sacerdotes.
San Pablo afirma que son llamados y no se eligen a sí mismos “Nadie se atribuye este honor, sino el que es llamado por Dios” (Heb, 5, 4). Los seminaristas son llamados y este llamamiento constituye su vocación. No se trata tanto de su deseo personal. Su deseo personal es como una consecuencia del llamamiento de Dios. podéis repasar en la memoria la historia de vuestra vocación, y os daréis cuenta de que es Dios el que os llamó secretamente.
“No me habéis elegido vosotros a Mí –dice Nuestro Señor-, sino que Yo os he elegido a vosotros” (Jn 15, 16). El nos ha elegido y, sin embargo, queridos amigos, ¿no tendríamos alguna vez la impresión de habernos escogido nosotros mismos, de haber recibido nosotros mismo nuestra propia vocación y haber dicho: Quiero ser sacerdote y elijo el sacerdocio?
¡Qué ilusión! Eso sería desconocer la omnipotencia de Dios, que nos conduce mucho más de lo que nos podemos conducir nosotros mismos. Nuestro Señor nos condujo al seminario y escogió para nosotros esta vocación sacerdotal, de modo que realmente hemos sido elegidos y enviados al mundo por El. Esto nos es un gran consuelo, pues ante esta vocación que supera todo lo que una criatura humana puede imaginar, habiendo sido elegidos por Dios, confiamos que nos sostendrá con su mano en nuestra actividad y en nuestra santificación sacerdotal. Esto constituye un gran apoyo para el sacerdote.