Efectivamente María, como dice el Evangelio, permanece de pie, para demostrar que su voluntad está plenamente de acuerdo con la voluntad de su Hijo, víctima propiciatoria por la salvación del mundo. El “fiat” de la anunciación recibe aquí todo su valor simbólico y efectivo. La piedad de los fieles contempla también los sufrimientos de María en otros acontecimientos de la vida de su Hijo en los que la madre participa personalmente. Pero en el misterio de la cruz, el dolor de la Virgen encuentra su significado esencial: “A los pies de la cruz, María sufre en silencio, partícipe de especialísimo modo de los padecimientos del Hijo, constituida Madre de la humanidad, disponible a interceder para que toda persona obtenga la salvación”.
La veneración a la siempre Virgen María uniendo su dolor a la redención de Cristo es una ocasión propicia para revivir en nosotros un momento decisivo de la historia de la salvación. María no sólo “está” al pie de la cruz, sino que participa y comparte la acción salvadora de su Hijo como corredentora del género humano.