Antes de nada, si acudimos al Código de Derecho Canónico de la Iglesia veremos que establece en su canon 1172 que el exorcismo sólo se puede llevar a cabo con “licencia peculiar y expresa del Ordinario del lugar”. ¿Quién podría llevarlo a término? “Un presbítero y piadoso y docto, prudente y con integridad de vida”. El comentarista nos dice, al respecto, que en el mundo hay potencias maléficas contra las cuales la Iglesia ha de luchar. Un modo de combatirlas es el exorcismo. Es una acción litúrgica por la que se intenta expulsar demonios o liberar del dominio demoníaco gracias a la autoridad espiritual que Cristo ha confiado a la Iglesia. Jesús lo practicó. De El tiene la Iglesia el poder y el oficio de exorcizar (Mc 1, 25s; 3, 15; 6 7. 13; 16, 17). Todos los bautizados ya hemos sido exorcizados el día de nuestro bautismo con un “exorcismo simple”. Aquí hablamos del solemne.
Un exorcismo es un “sacramental” definido por el Código de esta manera “Signo sagrado, por los que, a imitación en cierto modo de los sacramentos, se significan y se obtienen por intercesión de la Iglesia unos efectos principalmente espirituales”. Son signos sagrados, pues, pero a diferencia de los sacramentos no han sido instituidos por Cristo ni obtienen su eficacia de sí mismo, sino que, siendo de institución eclesiástica y estando por entero a disposición de la Iglesia, tienen su eficacia en virtud de la intercesión de la Iglesia. Son un signo de la oración de la Iglesia que consigue disponer al hombre para recibir una gracia por impetración de ella misma.
En este caso, la gracia es la liberación del poder esclavizador de Satanás.
Después de esta introducción la película que recomendamos es la ya antedicha, dirigida por William Friedkin en 1973, que venía de triunfar con “The French Connection”.
La película se basa en la novela homónima de William Peter Blatty que cuando estudiaba periodismo en la Universidad de Georgetown, dependiente de los jesuitas, conoció el caso de un exorcismo llevado a cabo en Maryland en 1949. Todo comenzó cuando un niño luterano había jugado con el juego de la güija. Desde ese momento la vida de la familia se convirtió en un verdadero infierno, nunca mejor dicho. Acudieron al pastor luterano el cual le recomendó, al constatar el auténtico problema, que acudiesen a un sacerdote católico; pudiendo ser un jesuita. Así fue.
El libro fue un record de ventas, del mismo modo que fue un éxito la película que provocó un impacto inmenso en los espectadores.
Los actores son Jason Miller, prácticamente desconocido en aquel entonces, encarnando a un jesuita atribulado por sus propias culpas y dudas, el Padre Karras, y experto en psiquiatría, detalle importante en el transcurrir de la película; el inolvidable Max von Sydow, que encarna al exorcista Padre Merrin, veterano sacerdote conocedor profundo del demonio por anteriores exorcismos practicados; y el magnífico Lee J. Cobb, como el detective que investiga un crimen que en el fondo está relacionado con la presencia diabólica. La madre de la posesa es Ellen Burstyn, que llegó a ser nominada seis veces al Óscar.
Aparte de lo acertado de los diálogos, especialmente los mantenidos entre el P. Karras y el detective Kinderman, se agradece como se va llegando a la conclusión de la posesión diabólica de una manera paulatina, y con todas las reticencias que mantiene el padre jesuita. Reticencias desde su condición de médico, querría estar seguro, reticencias por su crisis de fe. Y como van “cayendo” uno por uno todos los esfuerzos médicos en atajar los aparentes problemas cerebrales. No porque sean vanos. Es que de igual modo que hay que asegurar que no se trate de una enfermedad mental tal como advierte el Código de Derecho y el Catecismo de la Iglesia, no se puede caer en el error contrario, negar todo posibilidad de un acceso personal del mal a la vida de la gente.
Impone el Padre Merrin perfectamente interpretado. Da la sensación que esperaba, al final de su vida, un último “encuentro” con su viejo y mortal enemigo, el Demonio.
Las intervenciones exorcísticas, según el Ritual anterior al Concilio Vaticano II, son de una densidad escalofriante. Es, en verdad, una batalla sobrenatural librada en el cuerpo de una adolescente.
Emocionante la presencia final de otro sacerdote, el Padre Dyer, amigo de la familia, interpretado por William O´Malley…que venía siendo un padre jesuita, profesor de teología y escritor, y metido a actor en esta ocasión.
La enseñanza es que Jesucristo venció en la Cruz. Su Victoria es eterna. Incontestable. Por ello hay que acudir a El, y estar dispuestos a sufrir lo necesario para vernos libres de todo acceso malvado a nuestras personas. Jesucristo se enfrentó con los demonios. Ellos lo temían. Sabían que era invencible. Seamos, al mismo tiempo, devotos de San Miguel Arcángel. Recemos su oración todos los días, ya al levantarnos, y al acabar la Santa Misa. Pidamos que libre a la Iglesia de los demonios que la circundan.