El Tiempo Ordinario es el tiempo para vivir la PASCUA COTIDIANA DE LA EUCARISTÍA, y en la EUCARISTÍA.
En el centro de nuestra vida siempre tiene que estar la EUCARISTÍA, participando en el Santo Sacrificio, haciendo la Visita al Santísimo Sacramento, multiplicando comuniones espirituales a lo largo de la jornada. La Eucaristía es CELEBRACIÓN, MEMORIAL, PRESENCIA y COMUNIÓN del Misterio de Cristo Crucificado y Resucitado.
Podríase pensar en una supuesta “monotonía” de la misa cotidiana y ferial. Pero esa monotonía es lo que le da valor. En lo cotidiano, encontrarnos con la Pascua.
La Eucaristía, la Santa Misa, aparece como el VIÁTICO COTIDIANO en la historia “monótona” y ferial de los hombres. Es la PASCUA DIARIA que da sentido pleno al trabajo y al descanso, a la enfermedad y a la muerte, al gozo y a la esperanza del cristiano.
En la realidad cotidiana, repetitiva (en apariencia) se nos ofrece el TODO de la Eucaristía, de su Misterio; y su “monotonía” queda neutralizada por la variedad y riqueza, cuando menos, de la Palabra de Dios. Siempre nueva cada día. PARADÓJICA MONOTONÍA. Es decir, hay que aceptar el día a día para ver siempre la Novedad en nuestra vida. Como el grano de trigo.
El Tiempo Ordinario, pues, es tiempo del Señor, tiempo que deja espacio a la Palabra de Dios y a la oración personal de cada jornada; tiempo coronado por nuestra presencia en la Misa. El Tiempo Ordinario, por la oración, por la escucha de la Sagrada Escritura, por la participación en la Eucaristía se nos presenta como TIEMPO FUERTE EN LA PERSEVERANCIA en el que se puede profundizar en el Misterio de Cristo con plenitud y gozo. Tiempo de la perseverancia. Lo que nos pide Jesucristo al fin y al cabo.