El centro de la celebración de la Navidad es la Eucaristía. Con la Eucaristía celebrada, con la Santa Misa vivida, el misterio del Verbo Encarnado se hace presente. No porque “nazca el Niño” sobre el Altar sino porque en la Eucaristía está siempre presente el Verbo Encarnado que ha muerto y está glorificado.
En la teología eucarística de San Juan, Apóstol y Evangelista, el Pan de Vida es el pan bajado del Cielo. La Eucaristía es el Verbo Encarnado, el Hijo de la Virgen María. En la celebración eucarística y en la Comunión eucarística, el Misterio de la Navidad es proclamación, presencia salvadora de Aquél que ha asumido nuestra naturaleza humana para hacernos partícipes de su naturaleza divina.
La celebración de la Santa Misa evidencia, a mayores, el nexo que existe entre la Navidad y la Pasión-Resurrección.
La Encarnación y el Nacimiento de Jesús pertenecen ya al Misterio de la Redención. Cristo no ha dejado aquello que ha asumido. El Cuerpo de Cristo y toda su humanidad gloriosa son siempre la misma naturaleza asumida de la Santísima Virgen María, presente en la Eucaristía hasta el final de los tiempos.
Por medio de la Eucaristía, la Navidad se convierte en plena participación salvadora en el Misterio que se celebra.
Los Santos Padres, en la Antigüedad, ya relacionaban ambos misterios, el de la Navidad y el de la Eucaristía teniendo en mente el nombre de Belén, Bet-lehem, la “Casa del Pan”.