Hoy ofrecemos a breve comentario la película española “Marcelino, pan y vino” (Ladislao Vajda, 1954), según la obra de José María Sánchez Silva, con música inolvidable de Pablo Sarazabal, y con actores conocidos del momento como Rafael Rivelles, Juan Calvo, y otro que se estaban dando a conocer como Juanjo Menéndez, Fernando Rey. El niño era Pablito Calvo.
El director, nacido en Hungría y que después de un periplo por Francia, Italia, Portugal e Inglaterra recalaría en España, es uno de los grandes directores europeos de aquellos años. Su momento dorado fue la década de los cincuenta. Y algunas de sus películas más recordadas son “Tarde de toros”, “El cebo”.
El argumento es conocido por la mayoría. Un niño expósito en la puerta de un convento de frailes nada más nacer. Después de las pesquisas llevadas a cabo por los frailes decidirán quedárselo al no ser reclamado por nadie, al no dar con la madre. A partir de ahí un verdadero cuento (de navidad, también podríamos decir) lleno de candor. Película que educa los sentimientos. Que pone a prueba nuestra emoción en diversos momentos. Que combina la inocencia de la edad y la inocencia de la santidad de los frailes, todos magníficamente interpretados. La tristeza por la nostalgia de una madre que no se conocerá (aún). La ausencia de niños de la edad correspondiente en el juego. La cotidianidad de la vida del pueblo español en sus costumbres, en su religiosidad, en su ferias, en sus guardias civiles, en su nobleza, en su espontaneidad, en su egoísmo también. Y la fe.
El final de la película, inolvidable, no admite descripción. Todos los sentimientos quedan a flor de piel. Qué difícil sería rodar aquello sin tropezar en la sensiblería.
Debe verse porque hubo un tiempo que este tipo de películas enardecían el corazón en la vocación.
No sé si es una película para niños. O infantil. Pero deberían verla los pequeños, con sus padres. Y los mayores deberíamos revisarla cada año.
La enseñanza para fácil: hacerse como niños, que es el modo que tiene el Señor de hablar de la santidad. El Santo es como un niño. Si no se es como un niño, no se es santo.