- San MALAQUÍAS, profeta. Después del destierro de Babilonia anunció el gran día del Señor y su venida al templo.
- Santos NAMFAMON, MIGINIO, SANÁMIS y LUCITA, mártires. En el Norte de África. (s. inc.).
- San GACIANO, obispo. En Tours. Primer obispo de esa sede. (s. III).
- San FLANANCIO, obispo. En Irlanda. (s. VII).
- Santos PABLO NGUYEN VAN MY, PEDRO TRUONG y PEDRO VU VAN TRUAT, mártires. En Vietnam. Siendo catequistas y manteniéndose firmes en la fe, fueron estrangulados. (1838).
- Beata NEMESIA VALLE, virgen. En Turín. Se dedicó de modo extraordinario a la formación y dirección de los jóvenes según el Evangelio, siguiendo por el camino de los mandamientos del Señor en el Instituto de Hermanas de la Caridad. (1916).
Hoy destacamos a:
SAN WINEBALDO de HEIDENHEIM, abad. Hijo de San Ricardo, era inglés de origen. Peregrinó junto con su padre y su hermano Wilibaldo.
El padre no llegó a su destino: murió en Lucca. Pero los hermanos continuaron su peregrinación. Llegados a Roma, Wilibaldo decidió peregrinar a Tierra Santa. Winebaldo, más frágil de salud, permaneció en esta ciudad, donde estudió y se consagró al servicio de Dios.
Regresó a Inglaterra, pero convenció a varios amigos que le acompañasen de nuevo a Roma, donde abrazó la vida religiosa.
En el 739, San Bonifacio visitó por tercera vez Roma, y persuadió a Winebaldo para que fuese con él a evangelizar Germania. Winebaldo recibió la ordenación de presbítero en Turingia y tomó a su cuidado siete iglesias, que administró.
Al ser perseguido por los sajones, se retiró a evangelizar Baviera.
Wilibaldo quería construir un monasterio doble que fuese modelo de piedad y un centro cultural para las numerosas iglesias que había fundado, y rogó a Winebaldo y a su hermana Santa Walburga que le ayudasen en la empresa. Así hicieron.
Se dirigió a Heidenheim, y construyó un conjunto de pequeñas celdas para los monjes; después un monasterio para sus discípulos y un convento para su hermana y sus religiosas, ambos con la regla de San Benito. Mantuvo el espíritu monástico.
Wilibaldo no podía hacer viajes largos por su frágil salud. Muy enfermo, visitó a San Bonifacio, pero al cabo de unos tres años de continuos sufrimientos, se preparó a morir. Falleció en los brazos de su hermano y de su hermana en 761, después de haber exhortado a sus monjes.