Hoy tendremos presente a la Santísima Virgen, Nuestra Señora, según las palabras del sacerdote, y Doctor en Historia, D. Federico Suárez recogidas en un libro de gran trascendencia “Después de esta vida” para el tema que nos toca en este mes, libro que ya hemos presentado en esta bitácora. Nos acercamos, pues, a la presencia de Nuestra Señora en esa hora de nuestra muerte.
“A la Virgen María no se le ha dado el poder de juzgar, ni el de castigar: tan sólo el de interceder, el de abogar. Dios la hizo Madre. Y sin en una familia, la madre es la que distribuye entre los hijos, según la necesidad de cada uno, lo que el padre ha ganado con su trabajo, en esta gran familia que es la Iglesia, ése es, precisamente, el oficio maternal de la Virgen. Es Medianera de todas las gracias, casi podríamos decir que como consecuencia lógica de su maternidad; es Ella quien nos hace llegar los tesoros de gracia que su Hijo ganó para nosotros en la Redención: no sólo con sus sufrimientos, pasión y muerte, por tanto, sino con toda su vida, pues cada una de sus acciones, como cada una de sus palabras, tenía un poder redentor.
Su elección desde la eternidad no fue tan sólo para ser el vehículo natural que proporcionara al Verbo de Dios un cuerpo humano pasible. La misión de Cristo fue sobrenatural, y la de la Virgen María, en directa función y dependencia de la de su Hijo, no podía quedar reducida a una acción puramente biológica. (…). La Virgen no fue tan sólo el templo que albergó al Verbo de Dios hecho hombre durante su gestación; no fue sólo la que amparó y protegió al Niño mientras crecía y no podía valerse por sí. Fue algo más, mucho más: Ella dio al mundo, a nosotros, el Pan de Vida que es Cristo Jesús para que no desfalleciéramos por falta de alimento; y era suya la sangre que Jesús derramó en la cruz para vivificarnos y salvarnos de la muerte eterna”.