Qué grata sorpresa para San José y para la Virgen María que vengan de tan lejos gente tan importante y que les llenen de regalos y, sobre todo, que se postren a adorar al Niño. En primer lugar, San José se alegraría por ver esa adoración. Dios ha iluminado no solo a los sencillos pastores, también a gente sabia, y no sol ilumina al Pueblo de Israel sino a gente de todas las razas conocidas entonces.
Quizá, los padres del Niño pensaron que se cumplirían las promesas al ver a aquellos sabios adorando a Jesús. Tendría que ser un anticipo de que todos los reyes de la tierra adorarían al Dios único y verdadero.
San José es descendiente de David, rey, y de su hijo Salomón, el cual fue visitado por la Reina de Saba llena de regalos para ése. Quizá, San José pudo pensar en que un día de verdad este pequeño Niño podría ser el único pastor, pero enseguida también José al ver los regalos, los debió ver como signo de la Providencia Divina para esta incipiente y pobre familia.
La Epifanía es un día de consuelo, pero este dulce de Dios también tiene algo de agrio: San José agradecido, recibiría los regalos y meditaría los significados: reconocimiento de la realeza de Cristo, de su Divinidad, de su futura muerte. Muerte que ya acechaba en la persona de Herodes. Pero Dios nos cuida y le vuelve a avisar para que se marchen a otro sitio. A los Sabios, y a la Sagrada Familia.
San José también es providencia para nosotros cuidándonos desde el Cielo.