Ayer, lunes 15 de noviembre, volvimos a tener, después de superar las medidas de confinamiento por mor de la COVID SARS-19, una charla en el centro parroquial sobre un tema de actualidad. Y ya en su quinto ciclo.
En esta ocasión, y con la presencia del Dr. D. Ángel Guerra Sierra, presidente de la “Asociación Gallega de Bioética” (www.agabi.es), que tantas veces se ha acercado a la Parroquia a ilustrarnos sobre tantos temas, el contenido versó sobre el “transhumanismo”, cuestión no exenta de polémica, que cada vez se va haciendo un mayor hueco en la actualidad al ir desplazándose desde la mera ciencia ficción a una, parece, poderosísima apuesta de futuro en favor, dicen, del ser humano, el cual se vería liberado de las últimas trabas que lo atenazan y deprimen, es decir, el padecimiento variado, el sufrimiento, la enfermedad, la tristeza incluso, la…muerte. ¡Sí, la muerte! La muerte también sería vencida, no como el último enemigo que someterá Cristo Rey cuando todo sea puesto a sus pies, como nos dice el bueno de San Pablo en su Carta primera a los de Corinto (1Cor 15, 26), sino por una argamasa de disciplinas, o multidisciplinas, tecnológicas, nanotecnológicas, robóticas, ingenierías genéticas, terapias génicas, dopings, implantes, nanomedicinas, interfaces cerebro-máquina-ordenador… es decir, biotecnologías llamadas o reconocibles con el vocablo “emergentes” que pondrían solución verdadera al final biológico de la vida. La solución sería un vivir sin…parar de vivir. Un sin-vivir, tal vez.
Como nos explicaron, junto a este conglomerado científico-tecnológico hay que reconocer una poderosa dimensión del poder económico que es el que está sufragando con su dinero este proyecto para la humanidad no tanto en favor de todos los seres humanos, cuanto en favor de los que pagan. Lo que redoblaría su calificación de inmoral. Cuenta con un apoyo filosófico, del mundo del pensamiento, para dotar al proyecto de una imagen filantrópica, para justificar ante el mundo sus planes “compasivos”. Insistimos, quieren, pretenden que alcancemos algo que todos anhelamos que es la felicidad. Las bases filosóficas serían el hedonismo, el utilitarismo, el relativismo. Desde luego, las tres casan mal con el denostado “esencialismo” pues impide que se derriben las barreras legales, y éticas, de cara a la plena experimentación para lograr sus objetivos. Los conceptos clásicos de esencia, naturaleza, sustancia, son aplicados de modo obsoleto, para ellos. Y ya no sirven. Desde luego, no admiten argumentación religiosa alguna. Y habría también que, como nos apuntaron ayer, reconocer un interés político. Bien sabido es que todo aquello que suponga facilidades para la dominación de la población resulta interesante para una parte de la clase política. Y el transhumanismo sería clave en este aspecto.
Nos quedan claro que los avances biomédicos son un motivo de alegría y esperanza. Que se puede hacer mucho bien respetando el carácter único, singular e irrepetible del ser humano, definido ya desde Boecio como esa Sustancia individual de naturaleza racional, definición que se vería después enriquecida por otros pensadores clásicos y cristianos. Que se debe reconocer que esa felicidad para la que fuimos creados y que tanto ansiamos está en el dar-se. Que el sufrimiento tiene un sentido, siempre. Y la verdadera caridad consiste en ayudar a descubrirlo por uno mismo. Que no debemos consentir, como ciudadanos libres y responsables, que no exista una legislación que no nos proteja del proyecto comentado pues nos llevaría a una situación de posthumanismo, algo así como la cancelación del ser humano como tal, o a una depreciación del mismo, como comentaban tantos autores del periodo de entreguerras del siglo XX.
Finalmente, no olvidemos que el hombre, con todas sus imperfecciones, lleva en sí la imagen de la Santísima Trinidad. La imagen que sería como el rostro de Dios en nosotros, más que la semejanza que sería el rastro que Dios deja de sí en la Creación, rostro que nos lleva a tener un encuentro en diálogo con el Creador. Y si hay encuentro es que hay al menos dos, Dios y el hombre.