Consideraciones sobre los novísimos – 4

by AdminObra

Se ofrece a consideración personal un texto contenido en la recientísima Instrucción Pastoral sobre la fe en la resurrección, la esperanza cristiana ante la muerte y la celebración de las exequias, que lleva por título “Un Dios de vivos” que ha publicado la Conferencia Episcopal Española en el 2020.

“La experiencia de la muerte afecta a todos los seres humanos. Se trata de algo que no puede ser silenciado: con la muerte ‘el enigma de la condición humana alcanza su culmen´. Ante ella el hombre experimenta la contradicción más profunda que le acompaña en todos los momentos de su existencia: su limitación y su deseo de plenitud. Los esfuerzos del ser humano por luchar contra la muerte propia y ajea, el uso de los recursos psicológicos y terapéuticos que ayudan a superar el sufrimiento, y los avances de la ciencia y de la técnica, que ciertamente han conseguido prolongar las expectativas de la vida humana, no pueden clamar esta ansiedad del hombre, ni satisfacer ese deseo de vida ulterior que ineluctablemente está arraigado en su corazón. El hombre, abandonado a sus solas fuerzas, se siente impotente, porque sabe que se encuentra ante un enemigo que es más fuerte que él, del que no puede escapar y al que, por sí mismo, no puede vencer. Separada de Dios por el pecado y al margen de Cristo, la humanidad se encuentra en una situación de desgracia y esclavitud por miedo a la muerte (Heb 2, 15), hasta el punto de que todos sus esfuerzos están orientados a liberarse de ella.

El horizonte de la muerte provoca que el ser humano se plantee los interrogantes más decisivos para su vida: ¿Qué es el hombre? ¿Cuál es el sentido del dolor, del mal, de la muerte, que, a pesar de todo el progreso, continúan subsistiendo? ¿Qué puede el hombre aportar a la sociedad, qué puede esperar de ella? ¿Qué seguirá después de esta vida terrena? Son preguntas que inquietan al ser humano, porque de ellas depende el sentido de toda su existencia.

(…).

En esta situación la Iglesia no puede hacer otra cosa que invitar a dirigir la mirada a Cristo muerto y resucitado, ya que ella profesa que bajo el cielo no se ha dado a los hombres otro nombre por el que debamos salvarnos (Hch 4, 12). Su muerte y Resurrección constituyen la luz que permite al ser humano encontrar una respuesta a las inquietudes que le provoca el horizonte de la muerte. Nuestra fe en Cristo nos descubre que la muerte nos puede unir más estrechamente a El y que será vencida cuando el Salvador omnipotente y misericordioso restituya al hombre la salvación perdida por su culpa. Entonces el hombre, que ha sido creado por Dios para un destino feliz más allá de los límites de la miseria terrestre, llegará a la plenitud encontrado así su plena libertad: ¡Desgraciado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? ¡Gracias a Dios, por Jesucristo nuestro Señor! (Rom 7, 24). De este modo, la fe, apoyada en sólidos argumentos, ofrece a todo hombre que reflexiona una respuesta a su ansiedad sobre su destino futuro.