- San SERARPIÓN, anacoreta. (s. inc.).
- SANTOS MÁRTIRES de EGIPTO. En Alejandría. En tiempo del Emperador Constancio fueron sacrificados el Viernes Santo al irrumpir los arrianos y los paganos en diversas iglesias. (339).
- San LUPICINO, abad. En Lyon. Junto con su hermano San Romano observó en los bosques de Jura las reglas monásticas. (480).
- San ENDEO, abad. En la isla de Aran, Irlanda. Fundó un cenobio tan célebre que por su fama la isla fue llamada “isla de los santos”. (547).
- San JACOBO, mártir, conocido por el “confesor”. En Constantinopla. Luchó valientemente a favor del culto de las santas imágenes y terminó su vida martirizado. (824).
- San JUAN, obispo. En Vienne, Francia. Primero fue abad de Bonnnevaux, y luego, elegido obispo, padeció muchas contrariedades en defensa de la justicia y ayudó a los pobres y a los mercaderes arruinados. (1145).
- San NICOLÁS de FLÜE, anacoreta. Ranft, Suiza. Por inspiración de Dios, dejó a su esposa e hijos y se retiró al monte para abrazar la vida ermitaña, en la cual llegó a ser célebre por su dura penitencia y desprecio del mundo. Sólo una vez salió de su celda, y fue para apaciguar con una breve exhortación a quienes estaban a punto de enfrentarse en una guerra civil. (1487).
- Beatos TOMÁS PILCHARD, presbítero, y GUILLERMO PIKE, carpintero, mártires. En Dorchester, Inglaterra. En tiempo de Isabel I fue condenado a muerte por ser sacerdote. Y el segundo, tras reconciliarse con la Iglesia Católica, fue despedazado con gran crueldad en la misma ciudad. (1591).
- Beata BENITA CAMBIAGIO FRASSINELLO, religiosa. En Liguria. De acuerdo con su marido, renunció a la vida conyugal y fundó el Instituto de Hermanas Benedictinas de la Providencia, para la instrucción cristiana de jóvenes pobres y abandonadas. (1858).
Hoy recordamos especialmente al Beato MATEO FLATHERS
Nacido probablemente alrededor del año 1580 en Weston, Yorkshire, Inglaterra. Su formación sacerdotal la recibió en Douai, y fue ordenado en Arras el 25 de marzo de 1606.
Tres meses después fue enviado como misionero a Inglaterra, pero fue descubierto casi de inmediato por los emisarios del gobierno, que, después de la «Conspiración de la Pólvora», habían redoblado su vigilancia en la caza de los sacerdotes de la proscrita religión.
Fue llevado a juicio, bajo el estatuto de 27 dictado por la Reina Isabel, el cargo de recibir órdenes desde el extranjero, y fue condenado a muerte. En un inusual acto de clemencia, esta sentencia fue conmutada por el destierro de por vida; pero después de un breve exilio, el intrépido sacerdote regresó a Inglaterra con el fin de cumplir su misión, y, después de haber ministrando por un corto tiempo a sus correligionarios oprimidos en Yorkshire fue detenido de nuevo. Traído a juicio en York bajo la acusación de ser ordenado en el extranjero y ejercer funciones sacerdotales en Inglaterra, a Flathers le ofrecieron perdonarle su vida a condición de que realizara el recientemente promulgado Juramento a la Bandera, oferta que él rechazó, por lo que fue condenado a muerte y llevado al lugar en que normalmente se realizaban las ejecuciones, en las afueras de Micklegate Bar, York.
El castigo habitual de ahorcamiento, arrastre y descuartizamiento parece que fue llevado a cabo de una manera curiosamente brutal, y testigos oculares relatan cómo el trágico espectáculo provocó la compasión de los protestantes que habían asistido a ver este «espectáculo».