Jesucristo nos recuerda que no hay lugar para El y para Belcebú al mismo tiempo, y en el mismo lugar.
Jesucristo nos ha traído en su Persona, en sus actos, en sus Palabras el Reino de Dios.
Pero somos torpes como esas personas que ven como Jesús, camino de Jerusalén, cura a un mundo poseído por las fuerzas del Mal y, en vez de alegrarse, lo acusan y le sacan mérito a su acción bondadosa. Nos acostumbramos fácilmente a vivir con el mal, tanto que nos desagrada que lo eliminen de nuestra vida. A todo se acostumbra el ser humano, incluso a la miseria propia y ajena. Al final, no distingue su presencia, ni su opresión.
El Señor, un tanto sorprendentemente, quizá apasionadamente, extrañado de esa reacción tan mísera de bastantes, les dice cómo va a ser que actúa Satanás por medio de El justo cuando acaba de expulsar a uno de sus demonios del interior un hombre. Es lamentable, ciertamente.
Es lógica. Es observar. Es razonar. Si Jesús echa a Satanás, Satanás no actúa en El. ¡Qué mediocres somos!
Jesús nos dice, finalmente, que hay que escoger: o con El, o contra El.
Alguien podría decir que esa exigencia es demasiado tajante. Sí. Pero fue dicha. Y está escrita. Y Jesús no hace paces con Satanás ni con sus secuaces.
En Cuaresma, decidámonos a preferir a estar con Jesús en su lucha contra el Mal por el triunfo del Reino.