Las lecturas de este día consagrado a la abstinencia mantienen el tono general que empezamos a observar el pasado miércoles, marcado por detalles que nos introducen en la propia Pasión de Jesucristo.
La Cuaresma nos ha de ayudar a entrar en el misterio del Crucificado. La Cuaresma nos ha de llevar al corazón herido del Hijo de Dios. La Cuaresma nos ha de introducir en el dolor de su alma humana.
La Cuaresma nos ha de ayudar a descubrir la malicia “fina”, propia de corazones retorcidos y maliciosos, que podría anidar en algún momento en nosotros. También nos ha de ayudar a reconocerla en los demás.
La Cuaresma nos ha de empujar a ser “soñadores” como José, y puros como él. Detalles que provocan la envidia de sus hermanos que se vuelven locos de rabia contra él.
Creo que, a la Primera Lectura de hoy, “José y sus hermanos”, correspondiente al “Ciclo de José” en el libro del Génesis, se podría denominar la ‘pasión de José’. Anuncia la pasión de San José, y anuncia, cómo no, la Pasión del Hijo del Padre.
José, el hijo de Jacob, casi el más pequeño, antes de Benjamín, propicia el odio de sus hermanos. José es el tipo de persona, joven e inocente, que cree que lo que le hace disfrutar de la vida hará disfrutar a los demás. Quizá no conozca a la gente aún. Es muy inocente. Muy puro. José piensa que los demás son como él. Y no es así. Los demás, no son como él.
José será sujetado por sus hermanos, desnudado, agarrado, arrojado a un pozo. Finalmente, vendido a unos ismaelitas (madianitas).
El “soñador”, el chico puro y bueno, que irradia bondad, es insoportable en este mundo pleno de depredadores.
Creo que en Cuaresma hemos de recuperar el deseo de volver a ser inocentes, mansos, alegres, sencillos; herederos, como dicta el Evangelio, de la alegría y la pureza que Dios nos da.