Una santidad moral es la que nos pide Dios en la Primera Lectura. Más que una santidad basada en un rito (el cual es importante, pero que muchas veces se vive con el corazón ausente), se exige una purificación religiosa y moral.
La razón que se da es clara “porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo”. La santidad de Dios es la clave para pedirnos a todos a la santidad. Dios nos pide la santidad. Pensémoslo, pensémoslo bien. Nos la pide El. Es algo que nos reclama. No sirve huir de esa responsabilidad. Es un Don, pero es una tarea al mismo tiempo.
Y seguidamente se nos da la enumeración de una orden de preceptos morales en los que parece que hay especial interés en los pecados de perjurio, de difamación. Las malas lenguas. Pareciera que Dios nos advierte “Yo soy el Señor”. Ten cuidado. Todo pecado es reprobable, pero algunos, en los que la persona queda especialmente dañada hacen que Dios se manifieste a nuestra conciencia para imponernos temor.
Subrayemos, asimismo, el siguiente mandato “No maldecirás al sordo ni pondrás tropiezo al ciego. Teme a tu Dios”. Es para meditar con atención. Imaginemos la situación. Alguien que se aprovecha de una persona falta de la facultad de oír y de la facultad de ver produce en nosotros una especial indignación. En este caso, Dios avisa “témeme”, pues no escaparemos de su ira.
Se nos advierte también de los odios reconcentrados, los que se van guardando y no sabemos digerir.
Es un “código de santidad” en toda regla, y de un alto valor moral, que nos haría mejores a todos si luchásemos por practicarlo. Que haría que nuestra sociedad fuese más recta influyendo a la hora de propiciar el Bien Común, que es el máximo bien para todos.
El Evangelio nos ofrece el pasaje del “Juicio Final” como bien sabemos. Esta vez lo interpretaremos a la luz de la Primera Lectura.
La clave de respuesta a la hora de vivir las consabidas obras de misericordia está ya no sólo en que es deseo de Dios, que “es Santo”, sino en que aquél sobre sobre el que actuemos movidos por la compasión es el propio Jesucristo “conmigo lo hicisteis” (Mt 25, 40).
Los santos han visto, en el que padece, al mismo Jesucristo. Es una mirada que podemos pedir a Dios en este tiempo, el saber reconocer a su Hijo en el paciente. Facilitará la compasión, la delicadeza, la empatía, la entrega. En definitiva, nos ayudará vencernos sin darnos cuenta.
La Cuaresma es tiempo de limosna radical.