La familia es la institución natural (la más natural de todas) dado que, nacida del matrimonio monogámico, es donde, por impulso del grito de la sangre, se puede pronunciar con realidad suma las voces “madre”, “padre”, “hijo”, “hija”, “hermano”, “hermana”.
Además, la familia es el único ámbito humano en el que cada uno de sus miembros es querido y valorado por sí mismo y no por lo que representa: la familia se rige por la ley de la gratuidad.
De la familia nace el honor del nombre y el linaje del apellido, que es preciso guardar y honrar, porque representan la unidad de lo más visceral e íntima, cual es participar de la estirpe, o sea de la misma sangre.
A la familia va asociado el hogar.
“Hogar” es el sitio donde “se prende fuego”. Y en torno al fuego, se enciende la unión de los diversos elementos que constituyen la familia y se inflama el calor del amor entre sus miembros.
Además de participar del “hogar”, de la misma “mesa” y del mismo “fuego”, la familia habita bajo el mismo “techo”. El llamado “techo” es el lugar en el que se cobija la familia. Por eso la casa es el espacio en el que la unidad familiar vive y con-vive bajo “el mismo techo”. De ahí brota el derecho que tiene la familia a tener una vivienda digna, un espacio humano en el que puedan vivir como grupo familiar.
Por toda esa novedad personal y ambiental que se crea, o se debiera crear, en torno a la familia, se llega a hablar de un nuevo “clima humano”: el clima familiar.
El Magisterio de la Iglesia enseña que el origen de la familia deriva del matrimonio.
Esta doctrina es enseñanza de la Revelación, tal como se manifiesta en la primera página de la Biblia (Gen 1-3). Pero esta convicción está de acuerdo con todos los datos que aporta la cultura universal.
Anunciar el ‘evangelio de la familia’ es anunciar el ‘evangelio del matrimonio’, que es su origen y su fuente.
En efecto, no hay más origen de la familia natural que el matrimonio natural y la fuente de la familia cristiana es el sacramento del matrimonio. De ahí la contracultura de algunos sectores muy beligerantes y avasalladores que pretender identificar con el matrimonio las “uniones de hecho” y, aún más absurdo, con las “uniones homosexuales”.
Esta cuestión es falsa desde su origen, y su mero planteamiento roza el absurdo, dado que se opone a la misma estructura somática y psíquica del varón y de la mujer.
Dado que la familia, con base en un matrimonio entre un varón y una mujer, ocupa un lugar tan destacado en la vida personal y social, debe ser reconocida y protegida por los Estados, pues es previa al Estado siempre.