Hoy nos encontramos con una llamada, por parte de Ezequiel (s. VI a. C.), a la responsabilidad individual de nuestras acciones, y una exhortación a la coherencia de vida como criterio de salvación.
Es un texto lleno de enseñanza.
Una vez más Dios nos estimula a la conversión y a la observancia de todos sus preceptos viviendo virtuosamente como medio para “vivir”. El cambio de vida y mentalidad provocará el “olvido” de todos nuestros crímenes. Todo se olvidará si nosotros olvidamos un proceder injusto y malvado. ¿Por qué? Porque Dios, como recoge el gran Ezequiel, no quiere nuestra muerte, sino que vivamos.
Pero también se nos avisa, si llevamos una vida recta y honrada, llena de caridad y ejemplarizante, y la postergamos, ésa será el recuerdo que quede de nosotros ante la Justicia de Dios, pues el peso de una vida de amor no será suficiente si damos el paso hacia el vicio y el odio.
Eso puede provocar en nosotros una reacción de protesta. Podríamos llegar al extremo de interpelar a Dios y de acusarlo de “exigente” y “mandón”. Pero Dios, ante nuestras reacciones, reclama su derecho a defenderse (por decirlo de algún modo) para contarnos que el proceder injusto es el del que peca. Máxime cuando Dios no lo empuja al pecado ni mucho menos. De algún modo, somos dueños de nuestro veredicto final. La vida religiosa, conscientes de nuestra miseria, puede ser una vida maravillosa sin vivimos en la presencia de Dios que nos estimula, acompaña, fortalece, levanta, y protege. Si pecamos, es porque preferimos ir “solos”.
Dios, en su Hijo Jesucristo, nos llama a dar un paso más en el Evangelio. El paso a mayores se llama reconciliación sincera con nuestros semejantes, especialmente si están dispuestos a recibir el perdón y a una nueva oportunidad en las relaciones humanas. Perdonar es un don; y ese don sólo somos capaces de ofrecerlo si se lo pedimos a Dios. En otro caso, es imposible perdonar. Pero El nos lo impera.
¡Qué situación tan difícil y tan doliente! ¡Perdonar! ¿Quién es capaz? Nadie, si Dios no le asiste. El facilita las cosas como si estableciese una pendiente cuesta “arriba” paulatina, sin brusquedades, como si instituyese un protocolo lento pero seguro para otorgar el perdón. Sabe que nos cuesta y nos humilla. El nos lo hace asequible. Pero lo hace asequible para… hacerlo. Por eso nos dice Jesucristo, nuestra justicia tiene que ser mayor que la de los escribas y fariseos pues ellos no han sido transformados en su corazón. Nosotros, sí.
¿Qué nos pides, Señor, que tanto duele y cuesta?