Un útero artificial podría ser la esperanza para bebés muy prematuros.
La idea de criar bebés fuera del cuerpo ha inspirado novelas y películas durante décadas. Tras ser probado con animales, grupos de científicos ya plantean poner en práctica gestar bebés en úteros artificiales con humanos en ensayos clínicos. La ectogénesis podría ser posible en diez años. Un artículo publicado en Nature el 17.03.2021 muestra que un laboratorio israelí desarrolló un útero artificial en el que los embriones de ratón se convirtieron en un feto que contenía órganos completamente formados. En este estudio, los científicos del Instituto de Ciencias Weizmann implantaron blastocistos de ratón en una placenta artificial que contenía medios y gases especiales para estudiar el desarrollo de los órganos, pudiendo obtener imágenes de estas estructuras dentro de un útero con facilidad. Estos embriones de ratón estaban sanos hasta el undécimo día antes de morir, de modo que mantuvieron una gestación viable durante aproximadamente la mitad de la gestación normal (veinte días en estos roedores). En solo cuestión de tiempo esta tecnología se puede desarrollar aún más para generar recién nacidos completos y sanos.
¿Los úteros artificiales son intrínsecamente incorrectos? ¿Sería inmoral remover a un niño no nacido del útero de su madre y ponerlo en un útero artificial para salvarle la vida?
El debate principal sobre los úteros artificiales se ha centrado en su beneficio potencial para aumentar la tasa de supervivencia de los bebés extremadamente prematuros. Actualmente, los nacidos antes de las 22 semanas de gestación tienen poca o ninguna esperanza de supervivencia. Y es probable que los nacidos a las 23 semanas padezcan una serie de discapacidades. El uso de una “bolsa biológica” sellada, que imita el útero materno, podría ayudar a los bebés extremadamente prematuros a sobrevivir y mejorar su calidad de vida. También podría ser una alternativa al aborto.
Pero habrá problemas éticos, psicológicos, legales, culturales y económicos.
Los desafíos éticos que surgen de esta tecnología pueden ser abrumadores. Uno de ellos es la preocupación sobre los niños desarrollados en úteros artificiales, que carecerían del vínculo materno-filial que se forma durante el embarazo. Se desconoce cómo afectaría esta privación al desarrollo del futuro bebé. Además de cambiar el vínculo madre-hijo, la ausencia de un embarazo humano puede producir procesos epigenéticos, es decir, modificaciones en la legibilidad o expresión de los genes (sin que se produzca un cambio en el código del ADN) en respuesta al entorno artificial en se desarrollan los embriones y los fetos.
Desde una perspectiva cultural, ¿cómo se sentirán las personas si las mujeres no necesitan quedar embarazadas para tener hijos?
Desde un punto de vista económico, ¿recaería sobre nuestro sobrecargado sistema hospitalario la responsabilidad médica de mantener estos embriones en una placenta artificial? ¿Debería la Seguridad Social financiar esta tecnología?
Como es habitual con estos desarrollos que rompen tabúes, se necesitan informes de expertos para decidir cuáles son los límites que se deben poner a la ectogénesis y proponer políticas éticas, sensatas y practicables.