Sinodalidad – Participación
Nos dice la Lumen Gentium 41, “Una misma es la santidad que cultivan, en los múltiples géneros de vida y ocupaciones…, siguen a Cristo pobre, humilde y cargado con la cruz, a fin de merecer ser hechos partícipes de su gloria. Pero cada uno debe caminar sin vacilación por el camino de la fe viva, que engendra la esperanza y obra por la caridad, según los dones y funciones que le son propios”.
Participación de la vida divina en la llamada a la santidad, gracias a la Encarnación del Verbo, por la vida de gracia, preludio de la gloria, como nos recuerda santo Tomás: “la gracia no destruye la naturaleza, sino que la supone y perfecciona” y “la fe presupone la razón natural como la gracia presupone la naturaleza y la perfección, lo perfectible”.
La humanidad de Cristo es “el instrumento por el que se confiere a los hombres el don de la gracia santificante, por el que participamos de la vida divina que se nos comunica por Cristo” (S. Th., III q.8, a.5).
En la celebración de la Santa Misa, el sacerdote dice en secreto, al mezclar el agua con el vino: “haz que compartamos la divinidad de quien se ha dignado participar de nuestra humanidad”.
Gracias a la participación gratuita de lo divino en lo humano, podemos hacer que todas las realidades humanas sean transformadas en Cristo, “dándonos a conocer el Misterio de su voluntad, hacer que tengan a Cristo por Cabeza lo que está en los cielos y lo que está en la tierra” (Ef. 1,10).
Por tanto, la creación está llamada, según el plan de Dios, a participar de la plenitud de la redención. “Si por el delito de uno murieron todos ¡cuánto más la gracia de Dios y el don otorgado por la gracia de un solo hombre Jesucristo, se han desbordado sobre todos!” (Rom 5,15).
En las vigilias, en el espíritu de reparación y expiación, nos unimos a las intenciones de Jesucristo de que llegue la plenitud de la participación de la Redención a toda la humanidad y a toda la creación, que gime con dolores de parto, consecuencia del pecado del hombre, para que venga su Reino.
Cuando rezamos el oficio del Cuerpo y la Sangre de Cristo, escrito por santo Tomás de Aquino, recitamos la oración: “Oh Dios, que en este sacramento admirable nos dejaste el memorial de tú Pasión, te pedimos nos concedas venerar de tal modo los sagrados misterios de tu Cuerpo y de tu Sangre, que experimentemos constantemente en nosotros el fruto de tu redención”.
Sus heridas nos han curado, nos recuerda el primer Papa. Para que todas las realidades participen de la redención, “ya que la obra es ante todo de Él, más allá de lo que podamos descubrir y entender” (Evangelii Gaudium 12), lo realizaremos por medio de la Eucaristía, en la cual el mismo Cristo hace nuevas todas las cosas, “Concédenos, Dios todopoderoso, que nos alimentemos y saciemos en los sacramentos recibidos hasta que nos transformemos en lo que hemos tomado” (Oración postcomunión domingo 27); encuentro en la Escrituras y en Ella, es donde el único Absoluto recibe la mayor adoración que puede darse en la tierra, porque es el mismo Cristo quien se ofrece. Y cuando lo recibimos en la comunión, renovamos nuestra alianza con él y le permitimos que realice más y más su obra transformadora. (Gaudete et exultate 157).
Nuestra respuesta a la llamada a la santidad, que nos lleva a vivir la vida de la gracia, movidos por la acción del Espíritu Santo en los sacramentos y en las gracias actuales, nos llevará a “participar” de verdad y dar gloria a Dios con su vida, está llamado a obsesionarse, desgastarse y cansarse intentando vivir las obras de misericordia. (Gaudete et exultate 107).
El Señor a través de nuestra participación en la Eucaristía, recibiéndolo en la comunión y en las noches de adoración, nos irá transformando y actuará a través nuestro, aún sin saberlo, para que todas las realidades en las que nos encontremos participen de la plenitud de la redención.
Demos gracias al Corazón Eucarístico de Jesús, por la multiplicación de las capillas de adoración perpetua, nocturna y diurna, y el crecimiento del amor a Jesús Sacramentado; desde ahí nos hará participar de los frutos de la redención y con armas tan poderosas que el Señor nos da vencer al diablo, que es el príncipe del mal. (Gaudete et exultate 159).
En la fiesta de la Presentación del Niño al templo, escuchamos que “será signo de contradicción” y “luz para alumbrar todos los pueblos”. De la mano de la Virgen y san José que escucharon estas palabras, nos ayuden con la fuerza de su Hijo, Pan vivo, a ser luz en medio de las contradicciones, para que con su Sangre ponga en paz todas las cosas. (Col 1,20).
Preguntas:
¿Participo cada día con más fervor y mejor preparación de la Eucaristía?
¿Vivo mi adoración nocturna consciente de que el Señor está renovando todas las cosas desde el Sacramento?
¿Doy gracias al Señor por el don de la Redención que actualizamos en cada Misa, llevando a la misma lo que soy y tengo, para luego hacerlo vida?