TREINTA Y UN DÍAS DE MAYO – 5

by AdminObra

“La Candelaria”

A los cuarenta días del Nacimiento del Señor, Jesús y su Madre acudieron al templo para cumplir la Ley. Aquel que, como Dios, es el Autor de la Ley es, como hombre, el primero en someterse a su cumplimiento.

El es el Primogénito que pertenece al Señor, que ha de ser rescatado con la ofrenda de los pobres: “un par de tórtolas o dos pichones”. La humildad de Jesús se refleja en la humildad de María, la Purísima, la que castamente engendró en su seno virginal al Hijo del eterno Padre y se sometió al rito de la purificación de las parturientas.

El Señor tenía que parecerse en todo a sus hermanos para ser sumo sacerdote y compasivo y fiel en los que a Dios se refiere, y expiar así los pecados del pueblo. Toda la expectación de Israel –personificada en Simeón y Ana- viene al encuentro del Salvador, de la Luz de las naciones. No obstante, Jesús, el Mesías, es signo de contradicción.

Este misterio del rechazo de Jesús es también rechazo de su Madre. Una espada de dolor traspasará su corazón. María está, en todo, unida a su Hijo. La Madre es, desde el comienzo, la Madre Dolorosa, la que ofrece al Cordero sin mancha para ser inmolado en el ara de la Cruz.

La Iglesia, como María, ha de salir con la lámpara encendida de la fe al encuentro del Esposo, fortaleciendo la esperanza y alimentando la caridad. Y, en la Iglesia, cada uno de los fieles cristianos ha de saber que el discípulo no es más que su Maestro y que la senda del seguimiento tiene forma de cruz, de oblación, de entrega, de sacrificio.