Percibo que debe haber conformidad entre Dios y las almas cuando El las ve en la pureza con que su Divina Majestad las ha creado. El les da un ardiente amor que las acerca a El mismo, el cual es lo suficientemente fuerte como para destruirlas, aunque inmortales, y las transforma hasta que El las ve como si no fueran nada más que El mismo. Incesantemente, las va acercando al fuego, nunca se aparta hasta que llegan al estado óptimo de total pureza con la cual las creó.
Cuando con su visión interna las almas se ven así, llevadas por Dios con ese fuego amoroso, fundidas en ese centelleante amor por Dios, su más querido Señor, se sienten inundadas por ese amor; y ven que esa luz divina no cesa de llevarlos amorosamente hacia El, con gran cuidado y previsión a ser plena perfección de su puro amor.
Pero el alma obstruida por el pecado, no puede ir más que hasta donde Dios la lleva hacia Sí. El alma se da cuenta de que no puede trasponer, o avanzar hacia esa luz unitiva todo lo que quisiera, y clama por ser destrabada.