El tiempo pascual celebra la presencia de Cristo entre sus discípulos, su manifestación paulatina en los signos que se convertirán después de la Ascensión en prolongación de su cuerpo glorioso: la Palabra, los sacramentos, la Eucaristía. Cristo vive en la Iglesia. Está siempre presente en ella. La Luz del cirio pascual es signo visible de su presencia luminosa que no tiene ocaso. Pero existen otros signos de su presencia: altar, la fuente bautismal, la cruz gloriosa, el libro de la divina palabra que es como un tabernáculo de su presencia como Maestro, el ambón desde donde el Resucitado habla siempre explicando las Escrituras.
Signo de esta presencia es especialmente la asamblea.
Sólo en la perspectiva de la Pascua se realiza la promesa de Jesús pues en donde hay dos o más, allí está el Señor.
Se trata de una presencia que culmina en la Eucaristía, donde el Resucitado invita, parte el pan, se entrega a Sí mismo, ofrece el sacrificio pascual, vive en el cristiano y entre los cristianos haciendo de la Iglesia su cuerpo.