La Santa Madre Iglesia nos pide echar una mirada al Cielo, que es nuestra futura paria, para ver allí, con San Juan, a esa magna muchedumbre incontable de Santos, figurada en esas series de doce mil inscritos en el libro del Apocalipsis (con lo cual se indica un número incalculable y perfecto), procedente de Israel y de toda nación, pueblo y lengua, los cuales, revestidos de blancas túnicas y con palma en la mano, alaban sin cesar al Cordero sin mancha.
Este recuerdo de todos los santos en la Liturgia se inicia con la celebración de todos los mártires de Siria, en 610. Luego se unen los confesores. En 835 se amplía la fiesta a toda la Iglesia.
Esta fiesta común ha de ser también la nuestra algún día, ya que, por desgracia, son muy contados los que tienen grandes ambiciones de ser santos y de amontonar muchos tesoros en el Cielo.
Alegrémonos, pues, en el Señor, y al considerarnos todavía bogando en el mar revuelto, tendamos los brazos, llamemos a voces a los que vemos gozar de la tranquilidad del puerto, sin exposición a mareos, habiendo pasado por más recias luchas y penalidades que nosotros.