Los iconos nos vienen de Oriente: de Bizancio o de su imperio. La iconografía bizantina es un arte sagrado basado no sólo en criterios estéticos, sino, sobre todo, místicos. Los iconos orientales no son meras imágenes pintadas o esculpidas para fomentar la piedad popular o para adornar la casa. Son verdaderos objetos de culto, una presencia invisible, pero real, a quien invocar y ante la que podemos rezar. El pintor de iconos quiere ser un artista inspirado, un intérprete del Espíritu Santo, más que un artista técnicamente perfecto. Pretende crear una atmósfera espiritual y mística y sumergirnos en ella, transmitir un mensaje religioso, al desvelar una faceta de algún misterio de Cristo, de la Virgen o de algún santo. Por eso, antes de realizar su obra, se entrega seriamente al ayuno y a la meditación.
Algún autor se atreve a llamar al icono ‘sacramento’, en cuanto signo eficaz de una presencia que se ofrece al creyente en la medida de la acogida que le dispense. La finalidad del icono es despertar en el espíritu del que lo contempla inspiraciones y sentimientos divinos, que nos acerquen más a Dios y a la Virgen. Hacernos perceptible y cercano lo invisible y espiritual: ésa es su misión.
El icono de la Virgen del Perpetuo Socorro es un icono representativo de la Theotokos, de la Madre de Dios con su Hijo, ya crecido, en brazos. Según el papel que ejerce la Virgen en la salvación de los hombres, se suele distinguir tres categorías de iconos marianos:
– La Virgen que enseña el camino: ‘Hodigitria’.
– La Virgen de la ternura: ‘Eleusa’.
– La Virgen de la Pasión: ‘Strastnaia’.
¿Quién no percibe a simple vista en nuestro icono del Perpetuo Socorro este triple mensaje?
Nos muestra el camino hacia Dios, porque María franquea la puerta al Verbo para que se haga hombre entre los hombres y realice nuestra redención y abre así a toda la humanidad la puerta de acceso a la plenitud de vida en Dios. Su mano derecha señala a Jesús a quien hemos de seguir.
Es Madre de ternura, porque su rostro y sus ojos, aunque marcados por cierta gravedad, más que tristeza, derraman bondad y ternura maternales.
Es sobre todo Virgen de la Pasión por la escena que representa: la visión de su Hijo niño, que se asusta ante los instrumentos de la Pasión que le presentan los arcángeles Miguel y Gabriel, mientras Ella amorosamente lo protege entre sus brazos. Los ángeles como ‘portadores de trofeos’ conectan con el sentido glorioso de la Pasión.
Esta gran riqueza de contenido, convierte a nuestro icono en un pequeño tratado de Mariología, capaz de colmar tanto las exigencias de un teólogo como el sentimiento popular del pueblo sencillo.