TERCER DOLOR: “La huida a Egipto” (Lc 2, 41-50)
Sus padres solían ir cada año a Jerusalén por la fiesta de la Pascua. Cuando cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres. Estos, creyendo que estaba en la caravana, anduvieron el camino de un día y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén buscándolo. Y sucedió que, a los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba. Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre: «Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados». Él les contestó: «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?». Pero ellos no comprendieron lo que les dijo. Él bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba sujeto a ellos. Su madre conservaba todo esto en su corazón. Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres.
CONSIDERACIÓN
Enseguida nos viene a la mente la angustia que tuvo que sufrir la Madre de Dios al buscar su Niño perdido. La pérdida de un hijo es seguramente de lo más agobiador. Lo es durante unos minutos ¿qué será durante un, dos y tres días? Pero la pérdida no fue los más terrible. En verdad lo que hirió du una tercera espada el Corazón de María fue la posibilidad de que Jesucristo hubiera podido empezar ya su pasión dolorosa, y que ella no estaba a su lado para sufrir con él. La Virgen María está dispuesta para todos los despojos salvo uno, el perderse su íntima colaboración a la obra de la redención padeciendo con su amado Hijo todos sus sufrimientos ¡O grandeza y locura del amor! Por eso y de manera que nos podría extrañar, la Madre de Dios usa de su autoridad preguntándole a Jesús: «Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Piensa que tu padre y yo te buscábamos angustiados». Meditemos un rato sobre esta palabra «angustiados» que María utiliza para designar el verdadero y profundo estado; no solamente de su propio Corazón, sino también el de su esposo. El Evangelio se hace aquí fundamento doctrinal de la compasión de San José.
Claro que sabían María y José que Jesús tenía que ocuparse de los asuntos de su Padre. Tanto lo sabían que todas sus vidas apuntaban únicamente el cumplir con la voluntad de Dios. Hay varios autores espirituales que dicen que, en realidad, no fue tanto el hecho de la pérdida en el Templo que no entendieron sus padres, sino más bien el porqué de la pregunta de Jesús a sus padres. El amor tiene unas leyes de purificación que nos convendrá meditar en este misterio para ofrecernos nosotros mismos, a todas las pruebas necesarias para la descontaminación de nuestro corazón.
(Rezar a continuación 1 Padre Nuestro, 7 Ave Marías y 1 Gloria al Padre).