El CVII considera a la Cuaresma como el tiempo litúrgico en el que los cristianos se preparan a celebrar el “Misterio Pascual”, mediante una verdadera “conversión” interior, el recuerdo o celebración del Bautismo y la participación en el sacramento de la Confesión.
A facilitar y conseguir estos objetivos tienden las diversas prácticas a las que se entrega más intensamente la comunidad cristiana y cada fiel, tales como la “escucha” y “meditación” de la Palabra de Dios, la “oración personal y comunitaria”, y otros medios ascéticos tradicionales, como abstinencia, el ayuno y la limosna
La celebración de la Pascua es, así, la meta a la que tiende toda la Cuaresma, el núcleo en el que convergen todas las intenciones y el elemento que regula su dinamismo.
La Iglesia quiere que durante este tiempo los cristianos tomen más conciencia de las exigencias vitales que derivan de hacer de la Pascua de Cristo centro de su fe y de su esperanza.
No se trata, por tanto, de preparar una celebración histórica (drama) o simplemente ritual de la Pascua de Cristo, sino de disponerse a participar en su misterio; es decir, en la Muerte y Resurrección del Señor.
Esta participación se realiza mediante el Bautismo –recibido o actualizado-, la Penitencia –como muerte al hombre viejo e incorporación al hombre nuevo-, la Eucaristía –reactualización mistérica de la Muerte y Resurrección del Señor-, y por todo lo que contribuye a que estos sacramentos sean mejor participados y vividos.