Entre el 11 de febrero y el 16 de julio de 1858, la Santísima Virgen María se apareció, en dieciocho ocasiones, a Bernardita Soubirous en la Gruta de Massabielle, en las afueras de Lourdes, Francia. En la novena ocasión, el 25 de febrero, Bernardita, por mandato de la Virgen, escarbó en el lugar que ésta le señalase y, ante la sorpresa de las 350 personas ahí presentes, surgió un manantial. Al día siguiente, tuvo lugar la primera curación milagrosa en las aguas de Lourdes a la cual, seguirían muchas otras. La iglesia declaró la autenticidad de la aparición en 1860.
Es común creer que todo aquel que es testigo de un gran milagro tiene, irremediablemente que creer. No es así. Aún en los mayores milagros, como bien observa Pascal: “Hay bastante luz para los que quieren ver, y bastante oscuridad para los que tienen una disposición contraria”. La historia de dos destacados intelectuales, Émile Zola y Alexis Carrel, ambos testigos de los milagros de Lourdes, son claro ejemplo de esto.
Zola, famoso escritor naturalista, visitó, en 1892, la famosa gruta de Lourdes a fin de probar la falsedad de las curaciones atribuidas a las aguas milagrosas. Ahí, Zola tuvo la posibilidad de observar, directamente, c´pmo dos jóvenes, Marie Lemarchand, con tres enfermedades incurables: lupus, tuberculosis pulmonar y úlceras en las piernas y, Marie Lebranchu, con tuberculosis avanzada, quedaron totalmente curadas después de bañarse en las aguas de Lourdes. A pesar de esto, Zola declaró: aunque viera a todos los enfermos de Lourdes curados, no lo creería.
No contento con esto, escribió un libro al respecto, Lourdes, publicado en 1894. En éste, Zola describe a Lebranchu (a quien en su libro llama “La Grivotte”) como una mujer neurótica cuya “curación” es producto de un autoengaño por lo que, en su novela, Marie muere poco tiempo después de su curación. Aunque varios fueron los que expusieron, públicamente, las falsedades descritas en el libro, Zola se negó a responder a las acusaciones. No obstante, como Dios escribe derecho en renglones torcidos, después de la publicación de dicha obra, el número de peregrinos a Lourdes se duplicó.
Como vemos, si hay quien necesita ver para creer también hay quien, como Zola, no cree a pesar de haber visto pues a quien está cegado por la soberbia, no le bastan un par de milagros y, ni siquiera la resurrección de un muerto lo podría sacar de su obstinación. Como está escrito en las sagradas escrituras: “Si no oyen a Moisés y a los Profetas, tampoco se dejarán persuadir si un muerto resucita” (Lc 16, 31).
Por otro lado, en 1902, el doctor Carrel visitó Lourdes convencido de que, las prodigiosas curaciones se debían, en el mejor de los casos, a una fortísima autosugestión. En el tren a Lourdes conoció a Marie Bailly, quien padecía de distensión abdominal con grandes masas duras y de una peritonitis tuberculosa tan aguda que, en Lourdes, los médicos temieron que muriera en el camino a la Gruta. Sin embargo, ante la gran insistencia de Marie, los médicos accedieron llevarla a la gruta y, a pedido de la enferma, vertieron tres jarras de las aguas sobre su abdomen distendido. Después de la tercera, su estómago comenzó a aplanarse y la hinchazón y las masas duras desaparecieron. Al día siguiente, Marie se levantó totalmente restablecida. Poco después, ingresó a la orden de las Hermanas de la Caridad con quienes permaneció hasta su muerte, en 1937, a la edad de 58 años.
A pesar de presenciar una curación tan rápida, completa e inexplicable científicamente, Carrel no regresó a la fe de su infancia. Por el contrario, evitó ser testigo de dicho milagro y, solo cuando la curación de Marie Bailly se hizo pública, el doctor se vio obligado a aceptar que dicha curación era inexplicable aun cuando, en su testimonio, descartó calificarla de milagro. No obstante, era tal el clima de anticlericalismo entre los intelectuales franceses que su declaración bastó para que Carrel, como temía, tuviese que abandonar su puesto en la facultad de medicina en Lyon. Poco después, Carrel emigró a los Estados Unidos donde siguió con sus investigaciones. Sin embargo, la distancia no le impidió regresar a Lourdes varias veces y, en 1910, fue testigo de un segundo milagro, la curación instantánea de un bebé de 18 meses, ciego de nacimiento. En 1912, recibió el Premio Nobel de Medicina. Fue casi al final de su vida, dos años antes de morir, cuando su razón se rindió a la evidencia y Carrel volvió a la casa del Padre, cuarenta años después de presenciar el milagro de Bailly en Lourdes.
Cabe resaltar que ninguna de las dos curaciones milagrosas presenciada por Carrel fue reconocida por la Iglesia. Pues, de acuerdo con el doctor Patrick Theillier, quien dirigiera, por décadas, la oficina médica de Lourdes, las curaciones aceptadas por el cuerpo médico son hasta cien veces más que las reconocidas por las autoridades eclesiásticas. Ya que, contrariamente a la acusación de Zola de que la Iglesia engaña y manipula a los fieles haciéndoles creer en falsos milagros, la realidad es que la Iglesia es sumamente prudente a la hora de declarar la autenticidad de un milagro o de una aparición. De ahí que el método que utiliza la Iglesia para verificar los milagros en Lourdes sea mucho más riguroso que el utilizado por el cuerpo de médicos. Además, a las curaciones extraordinarias hay que agregar las aún más milagrosas conversiones, en las cuales el alma que estaba muerta vuelve a la vida de gracia.
Como señala Pascal: “Si Dios hubiera querido vencer la obstinación de los más endurecidos, podría haberlo hecho revelándose a ellos tan claramente que no pudieran dudar de la verdad de Su esencia, tal como aparecerá en el último día…” Mas, Dios quiere que lo aceptemos, voluntariamente, por ello muestra Su existencia y Su providencia a través de múltiples y diversas señales, evidentes para quien busca la verdad y nunca suficientes para quien la rechaza. Ya que, como afirma Santo Tomás de Aquino: “Para quien tiene fe, ninguna explicación es necesaria. Para quien no la tiene, ninguna explicación es posible.”