¿Se te está pasando el arroz?

by AdminObra

La semana pasada la Asociación de Familias Numerosas de Madrid lanzó una campaña con el título que encabeza este artículo. Acompañaba a esa pregunta una advertencia: Algunas cosas, si se posponen, se pierden para siempre. Y el anuncio terminaba con un deseo: ¡Ojalá no te confundan, puedas formar una familia y que sea numerosa!

La campaña ha provocado mucho revuelo en algunos sectores, al parecer hablar de arroz pasado es un terrible micromachismo, aunque se refiera tanto a ellos como a ellas.

Podemos entretenernos en discutir si es mejor usar tal o cual expresión, si es mejor decir que se te ha pasado el arroz o que has perdido el tren de tu vida, pero, mientras perdemos el tiempo discutiendo sobre la cáscara, seguimos sin hablar del meollo, de lo nuclear —el marrón que se esconde dentro—. No se trata de señalar a quienes llegan tarde a la decisión, o a quienes, por las circunstancias que sea, nunca pudieron formar una familia, a esas personas hay que acompañarlas. Se trata de patear la conciencia adormecida, el instinto de quienes todavía están a tiempo de tomar la decisión.

Tampoco se trata de fabricar hijos para que la natalidad vaya en aumento, o para preservar la especie. De lo que se trata es de descubrir el proyecto ilusionante y esperanzador que se esconde tras la puerta del piso más humilde donde habita una familia cualquiera. Pero para eso hace falta vivir con sentido, con ilusión y con esperanza.

Excusas para no saltar al vacío las hay a patadas, porque formar una familia es eso, saltar desde mucha altura. Haya o no haya dinero. Si lo hay, las excusas pueden ser el éxito laboral, conseguir una carrera meteórica o la comodidad de no comprometerse con nadie. Si no lo hay, pueden ser los sueldos precarios y el acuciante problema de la vivienda.

Tampoco se trata aquí de desarrollar una casuística sobre el tema. Y mucho menos cuando se trata de asuntos económicos, fruto de un sistema fallido y decadente que dificultan (y mucho) llevar una vida digna.

Pero no por ello hay que callar que todos esos motivos, incluidos los últimos mencionados, también pueden ser excusas. Consideramos imprescindibles un montón de cosas que quizá no lo son. Uno siempre puede alejarse un poco más de las grandes ciudades donde vivir se ha vuelto algo imposible. Uno siempre puede vivir más austeramente. Privarse de muchas cosas consideradas necesidades cuando quizá sólo son comodidades.

Dentro de treinta años, cuando nos sentemos en la mesa el día de Navidad rodeados de unos hijos y una esposa que nos aman, la realidad nos demostrará que la carrera laboral no era tan importante, vivir en una zona más distinguida tampoco y renunciar a ciertas comodidades valió la pena.

Y quienes, aun queriéndolo, no hayan sido bendecidos con este don que es la familia, siempre podrán sentarse en la mesa junto a otros que son su familia; a ellos el Señor los bendecirá con otros muchos dones.

Aquí lo importante es no cerrar la puerta motu proprio a algo tan bello, misterioso y grande. Y por eso es importante sacudir las conciencias de aquéllos a los que el sistema adormeció y todavía están a tiempo de saltar al vacío, antes de perder el tren de su vida.