Una explicación (Joseph Ratzinger)
La breve narración de la matanza de los Inocentes la concluye San Mateo con una palabra profética tomada del Libro de Jeremías “Se escucha un grito en Ramá, gemidos y un llanto amargo: Raquel, que llora a sus hijos, no quiere ser consolada, pues se ha quedado sin ellos” (Jer 31, 15; Mt 2, 18).
En Jeremías, estas palabras están en el contexto de una profecía caracterizada por la esperanza y la alegría, y en la que el profeta, con palabras llenas de confianza, anuncia la restauración de Israel “El que dispersó a Israel lo reunirá” (Jer 31, 10).
Todo el capítulo corresponde a la primera parte de la obra del profeta Jeremías, cuando la caída del reino asirio, por un lado, y la reforma cultural del gran rey Josías, por otro, reanimaban la esperanza de una restauración del reino del Norte (Israel), donde se habían asentado las tribus de José y Benjamín, a la sazón, los hijos de Raquel. Por eso, en Jeremías, al lamento de la madre, sigue una palabra de consolación “Reprime la voz de tu llano, secas las lágrimas de tus ojos” (Jer 31, 16).
En San Mateo hay dos cambios respecto a los tiempos de Jeremías.
Primero, en los días de Jeremías, el sepulcro de Raquel estaba localizado hacia el reino del Norte (Israel), asolado por los asirios, el de las tribus de los hijos de Raquel. Ya en tiempos del Antiguo Testamento, la ubicación del sepulcro se había desplazado hacia el sur, ¡hacia la tierra de Belén!
Segundo, San Mateo omite la parte consoladora. Se queda sólo con la parte del lamento. La madre sigue estando desolada. Lamento sin respuesta. Es como un grito a Dios. Un grito al que sólo Dios puede responder. Porque la única y verdadera respuesta viene de lo Alto. La verdadera consolación es la Resurrección. Una madre que ha perdido a sus hijos, sólo podrá ser consolada con un acontecimiento en forma de respuesta resucitada.