Ya desde la mitad del siglo II este Evangelio se atribuye a San Mateo, uno de los Doce Apóstoles.
La Tradición es unánime al respecto.
San Mateo, el “publicano” (Mt 10, 3), ya era por su oficio capaz de leer y escribir. Por lo tanto, estaba capacitado para componer esta obra.
Se puede distinguir en él a ese “escriba cristiano” del que ya había hablado él mismo (Mt 13, 52).
Pierre Bonnard afirma que al ser recaudador de impuestos en Cafarnaum, San Mateo no estaba al servicio directo de los romanos, sino de Herodes Antipas. El cargo le aseguraría cierto bienestar, por lo que pudo invitar a su mesa Jesús y sus discípulos. Conocería el griego, lengua administrativa, además del arameo, su lengua materna, y que sería un hombre ordenado y minucioso como corresponde a un funcionario. Todas estas cualidades se descubren en el autor del primer evangelio.
Autor, pues, judeocristiano que escribe para judeocristiano, tal como era nuestro hombre.
Con todo, hay controversias críticas que ponen en duda esta autoría. Es una cuestión abierta y, desde luego, la postura crítica no aporta pruebas aclaratorias.