Continuamos un poco más con la teología del primer Evangelio. Ayer empezamos a considerar su Cristología, y contemplábamos a Jesús, como Emmanuel que venía a salvarnos prometiéndonos su Presencia con nosotros, con la Iglesia, hasta el Final.
Seguimos…
Todos los títulos que se le atribuyen a Nuestro Señor (Mesías, Hijo de Dios, especialmente) adquieren ya desde el inicio del Evangelio una dimensión trascendente. Jesús es Mesías, Ungido. Esta Unción supera esencialmente cualquier unción en la historia de Israel, porque es “Dios con nosotros”. Jesús es el Hijo de Dios; pero Hijo en sentido trascendente, pues es el mismo Dios con nosotros.
El modo en que Jesús es Mesías queda precisado por la Cristología del “Siervo”.
La forma de “Siervo” es el correlato humano de su condición divina de “Hijo”, es decir, Jesús, el Mesías e Hijo de Dios Eterno, realiza su misión conforme a esta condición, suya propia.
San Mateo insistirá en que se “proyecte” sobre Jesús la profecía del “Siervo del Señor” (Mt 12, 17-21), pues el “Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en redención de muchos” (Mt 20, 28). Todo esto ilumina la condición de Jesús como “Dios con nosotros”, pues es Siervo de nuestra redención.