El primer mandamiento de la Ley de Dios prohíbe honrar a dioses distintos del único Señor que se ha revelado a su pueblo. proscribe la superstición y la irreligión.
La superstición representa en cierta manera una perversión, por exceso de la religión.
La irreligión es un vicio opuesto por defecto a la virtud de la religión.
Por ejemplo, se debe evitar dar cabida a promesas de obtener lo que uno desea a cambio de acciones como éstas:
- Publicar la “novena de San Judas” en periódicos nueve días seguidos;
- Prometer la publicación como condición para recibir el favor de Dios por la intercesión del santo;
- Mandar la oración en “cadena” por correo electrónico, por ejemplo, pensando que si no se hace no se podrá obtener lo que uno pide, etc. E incluso amenazando con castigos a quien no lo haga.
Algunas personas reciben cartas que prometen buena suerte si envían tantas copias a tantas otras personas, o reproducen tantas copias de una oración y dejan las copias en una iglesia. Estas cartas a veces amenazan peligro si el receptor no cumple con las indicaciones en la carta.
¡El escribir o enviar esas cartas es actuar de una manera supersticiosa! Continuar con esas cartas por miedo o por el deseo de ganar más dinero es actuar sin fe en Dios.
Las personas supersticiosas piensan que ellas pueden controlar a Dios por el número de oraciones repetidas, o por enviar cartas así. Algo que venía haciéndose antaño dejando tantas copias en los bancos de las iglesias y que ahora, modernamente, se hace en las presentaciones de powerpoint o por correos electrónicos. Si se tiene fe, sabemos que Dios nos ama, y que estamos invitados a confiar en ese amor divino, no en “la suerte” u otras acciones “mágicas”.