Cuando le llama “esposo de María” le confiere un nombre verdadero y grande porque, si José es el esposo de María, es también padre del Señor. El título no es inadecuado y no ha sido mendaz el otro evangelista al llamarle “padre de Cristo”, pues Cristo había nacido de María: su padre y su madre se admiraban de las cosas que se decían de El. Y no sólo es el evangelista el que llamó a José “esposo de María”, porque ya anteriormente había dicho el ángel lo mismo cuando llamó a María la “esposa de José”.
¡Oh, genuino y santo matrimonio, celeste y no terreno! ¿Cuáles eran los vínculos o por qué estaban los dos entre sí unidos? Estaban unidos porque poseían ambos un mismo espíritu, una misma fidelidad, y la única cosa ausente era la corrupción de la carne. (…). La vida de los esposos, y toda su unión, era celeste, y su amor conyugal nacía del Espíritu Santo, cuya conservación se orientaba a los cielos y permanecía en ellos y confiaba a la esposa a la lealtad del esposo. Así, el Espíritu Santo formó un hombre de la carne de la Virgen, e infundió, en este paternal José, un profundo amor hacia el Hijo que había nacido de María. José, de cuya solicitud paterna tuvo necesidad el Señor, nacido de María, era el peldaño de aquella escala en la que Jacob vio descansar al Señor.